sábado, 14 de mayo de 2016

Argentina: La marcha por la educación pública del 12 de mayo de 2016

La aceleración de la inflación en los primeros meses de 2016 por el cambio de gobierno desactualizaron de manera dramática los recursos asignados a las universidades públicas argentinas amenazando su supervivencia.


Carolina Crisorio* / www.adhilac.com.ar  

Marcha universitaria en Argentina.
Esto no ocurre de manera aislada. Los reajustes tarifarios del orden de 300 a 700 %, el brutal freno a la recomposición salarial y la disparada de los precios en la alimentación han ajustado muchos cinturones y llevado la tragedia a muchos hogares argentinos. Para completar esta escena de espiral descendente, digna de una decadencia dantesca, las almas en pena de los desocupados alimentan un ejército de reserva que parece crecer de manera acelerada, a pesar de las desmentidas oficiales.

En este viaje hacia los infiernos, los anhelos de movilidad social ascendente de las capas medias y bajas, se hacen cenizas. Muchas familias tenían el orgullo de que uno de sus hijos llegaba por primera vez a la universidad. Pero de un plumazo tratar de lograr un título universitario se ha convertido en algo casi inalcanzable como subir al Everest. Ya no tienen oxígeno. En efecto, el recorte ha dejado a los claustros con pocos recursos para cubrir los gastos de electricidad, gas y agua. Algunas universidades ya han comenzado a suspender las clases nocturnas – las más concurridos por los alumnos que trabajan – para “ahorrar”. Como bien ha dicho un ministro: “hemos cambiado el consumo por el ahorro”. A medida que las familias enfrentan el desempleo (o la amenaza de desempleo), se produce una corrida desde las universidades privadas a las públicas aumentando la cantidad de alumnos. (1)

Si bien las universidades son gratuitas, el costo de los libros, la papelería, los viajes y otros viáticos han subido de manera escandalosa. Ni los montos de cada beca, y el volumen de las mismas han acompañado esta situación.  Además, las partidas de dinero tardaron en llegar. En las universidades, donde en lo que va del siglo florecieron las organizaciones sindicales y estudiantiles, diferenciándose por cuestiones político-ideológicas, hoy mayoritariamente los estudiantes – politizados o no – los no docentes y los profesores están marchando todos juntos, aunando voluntades en el afán de salvar la educación pública.

En la Universidad de Buenos Aires hasta los sectores afines al gobierno alarmados por la falta de respuesta de las autoridades a las necesidades de los claustros marcharon pidiendo un presupuesto que garantice la educación pública -con la recuperación de los salarios-, que rente el alto porcentaje de profesores ad honorem, que vuelva a abrir las puertas a la investigación sin condicionamientos.

Con respecto a esto último conviene recordar que desde los noventa se abrieron las compuertas a la colaboración de la investigación con las empresas. Nadie niega que una parte de las investigaciones puede, en efecto, estar vinculada al interés empresarial. Pero también es fundamental que se mantengan áreas de investigación sin condicionamientos. Grandes descubrimientos científicos de las “ciencias duras” y de la medicina se realizaron gracias a esas “otras miradas”. Por otra parte, las ciencias sociales no pueden reflexionar desde diferentes enfoques sobre la sociedad contemporánea o sobre su pasado si se ven constreñidas a adoptar un discurso único asociado a los sectores dominantes.

Es sabido que a pesar del deseo de democratizar el acceso a la universidad, que sin dudas ha existido desde el retorno democrático, todavía queda un largo trecho que recorrer para poder brindar igualdad de oportunidades  a toda la población. No es aplicando un gran ajuste en un muy breve plazo como se va a garantizar la elevación del nivel educativo y lograr el empleo de “calidad”.

Donde hay miedo a perder el puesto de trabajo, ¿puede haber empleo de calidad? Donde el salario no cubre los costos del docente y/o del estudiante, ¿puede haber una construcción del conocimiento en el proceso de enseñanza-aprendizaje de calidad? Donde faltan reactivos, tubos de ensayo, libros y otros insumos, ¿puede haber producción científica de calidad? Donde no hay presupuesto para favorecer los viajes de intercambio de los docentes investigadores, o para organizar eventos con investigadores invitados, ¿se puede competir con una producción científica de calidad? Si no contamos con recursos para publicar y difundir los debates y aportes de las ciencias al resto de la sociedad, ¿cómo vamos a tener una sociedad que gane en “calidad”?

Es probable que volvamos a constatar el milagro de la comunidad educativa, que sigue pensando y produciendo a pesar de las condiciones negativas, pero ¿por qué desoír las posibilidades de un desenvolvimiento científico-tecnológico que deje de lado cuál fue el gobierno que lo inició y los diferentes proyectos se terminen transformando en procesos a favor de la nación? Es deseable que tal como el proceso científico, los cambios sean superadores, y no producto de confrontaciones irreconciliables entre las distintas fracciones de la sociedad. La diversidad y multiplicidad de miradas enriquece el conocimiento.

La Argentina siempre ha estado orgullosa porque la Reforma Universitaria iniciada en 1918 en Córdoba se transformó en un ejemplo a seguir en toda América Latina, abriendo las casas de altos estudios a las capas medias y bajas, elevando el nivel educativo de nuestras poblaciones. Esa herencia se ve amenazada.

Hoy la comunidad educativa está tratando de dar un mensaje contundente. No mirarlo ni escucharlo, más que hacerlo desaparecer, lo transforma en clamor.(2)

* Docente e investigadora de la FCE, UBA y CBC, UBA. Secretaria ejecutiva de la ADHILAC.


NOTAS:

 (1) “En la llamada “época de oro”, en 1960, antes de la “noche de los bastones largos”, había nueve universidades nacionales. En 2010 sumaban 47. Hace muy pocos años que en las 23 provincias argentinas hay al menos una universidad pública. Casi la mitad fueron creadas en los últimos treinta años de democracia. En 1960 había 160 000 estudiantes universitarios en el país, lo cual representaba el 0,8% de la población. Esa cifra se fue incrementando durante las últimas tres décadas, así como la proporción sobre el total. En 2010 había más de 1.700.000 estudiantes, más de diez veces más que cincuenta años antes, y abarcaban el 4,3% de la población. En proporción, los estudiantes universitarios se multiplicaron por cinco en cincuenta años. Entre 2001 y 2011 se sumaron 395.000 estudiantes al sistema universitario, lo cual implica un crecimiento del 28%. En el mismo período los egresados aumentaron un 68%, pasando de 65.000 a 109.000 egresados anuales.”
“En términos comparativos, es indudable que tanto Brasil como México cuentan con sólidos sistemas universitarios en la región. Los salarios reales de los docentes son aproximadamente el doble que en Argentina. Ahora bien, mientras el 4,3% de la población argentina está conformado por estudiantes universitarios, en Brasil sólo alcanzan el 3,4%, y en México el 2,1%. Además, mientras en la Argentina el 3,4% de la población asiste a instituciones públicas, en México ese porcentaje desciende al 1,4%, y en Brasil al 0,9%.” Grimson, Alejandro. Universidades: tensiones y fantasmas.

(2) Sobre el tema también pueden leer:

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