sábado, 14 de diciembre de 2013

Persistir

Las ideas para la transformación social no pueden ser más sencillas: establecer un orden social que sea popular por lo revolucionario; revolucionario por lo democrático, y democrático por su capacidad para incorporar a las grandes mayorías de nuestras sociedades a la efectiva construcción de su propio destino: esto es, por su capacidad para contradecir y contrarrestar los hábitos de gobierno oligárquico que han devorado una y otra vez nuestras esperanzas.

Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá

En 1998, al anunciar que no aspiraría a la reelección como Presidente de Sudáfrica tras concluir su período en el cargo, Nelson Mandela explicó que a cada hombre le tocaba una tarea propia de su circunstancia, y que la suya había sido de la de llevar a su país a la democracia. Múltiples reflexiones podrían venir a cuenta de esto en nuestra América. De entre ellas, destaca la que se refiere a la importancia que tiene la claridad de los propósitos para organizar de manera adecuada las acciones necesarias para lograrlos.

No han faltado los adictos a las candilejas que acusaron entonces y acusan hoy a Mandela de no haber hecho la revolución socialista en su tierra, como no le han faltado a Lula, a Correa, a los Kirchner, a Mujica, y al propio Omar Torrijos, en su tiempo. El hecho es que ninguno de ellos se propuso hacer tal cosa, y tendría que ser de evidente justicia juzgarlos por lo mucho o poco que hayan logrado en lo que sí se plantearon hacer.

Esto tiene su importancia a la hora de discutir sobre la necesidad de crear opciones de política para aquello que sea la izquierda en la América Latina de hoy. Entre nosotros, en efecto –y esto es síntoma de un problema de entendimiento– solemos definir a la izquierda (y al centro, y a la derecha) por sus dichos, ritos y posturas, antes que por sus propósitos. Y así como mucho anticlerical del XIX pasa por ateo científico contemporáneo, mucho liberal desarrollista de mediados del XX pasa hoy por socialdemócrata progresista.

Ir definiendo esos propósitos es ir estableciendo, también, la comunidad de quienes los comparten. Y establecer esa comunidad significa, también, ir estableciendo un centro de referencia incluso para quienes son de izquierda “sin saberlo”, como tanto martiano de hecho y cada auténtico cristiano que anda suelto por allí.

En esa perspectiva, y viéndolo país por país, sociedad por sociedad, se puede apreciar cuán maduras están o no están las circunstancias para avanzar hacia la creación de esa comunidad de propósitos, que facilite transformar las inquietudes en ideas, y organizar las ideas en guías para la acción. Lo bueno que tiene el caso es que se lo puede abordar desde lo que viene siendo hecho, y con quienes vienen haciéndolo.

Tal ocurre, por ejemplo, con las múltiples iniciativas encaminadas a crear medios alternativos de información y comunicación. Allí, el propósito sólo puede ser el de promover la reforma cultural y moral necesaria para facilitar la convergencia de quienes estén dispuestos a ir de la revolución democrática a la transformación social que haga posible el desarrollo sostenible de nuestra especie, convirtiendo al Nuevo Mundo de anteayer en la antesala del mundo nuevo de mañana.

La revolución democrática parecía tan imposible a mediados de la década de 1990, como lo parece en ocasiones la transformación social para el desarrollo sostenible a mediados de la de 2010. La primera no llegó ni dónde -ni por dónde, ni cómo– la esperaban muchos. La segunda encontrará también su propio camino, al calor de la multiplicación de las pequeñas acciones que van creciendo en dirección a las ideas que las inspiran.


Esas ideas no pueden ser más sencillas: establecer un orden social que sea popular por lo revolucionario; revolucionario por lo democrático, y democrático por su capacidad para incorporar a las grandes mayorías de nuestras sociedades a la efectiva construcción de su propio destino: esto es, por su capacidad para contradecir y contrarrestar los hábitos de gobierno oligárquico que han devorado una y otra vez nuestras esperanzas. Si fuera fácil, por supuesto, ya estaría hecho. Como no lo es, nos toca a nosotros. Y ante ese hecho cabe recordar que, así como para José Martí crear debía ser la palabra de pase de su generación, persistir en la tarea creadora tendrá que ser el mandato de la nuestra.

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