sábado, 23 de noviembre de 2013

John Kerry y el código genético del imperialismo

Mister Kerry: no es posible borrar, con una declaración diplomática, el código genético del imperialismo que recorre el devenir histórico de su país y de sus gobernantes.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

John Kerry durante su discurso ante la OEA.
En la sede la Organización de Estados Americanos, el brazo político del imperialismo estadounidense en América Latina, desde donde los gobiernos de ese país han ejercido sin piedad y hasta las últimas consecuencias la Doctrina Monroe, el Secretario de Estado norteamericano, John Kerry, declaró que “la era de la Doctrina Monroe se ha acabado”. ¿Fue un exabrupto de humor negro, para llamar la atención de la prensa y guardar las falsas buenas maneras de la diplomacia panamericana? ¿O el cinismo de la Casa Blanca superó ya todo límite de cordura?

Acaso sea lo segundo: en el mismo acto, y replicando el modus operandi de la Doctrina Monroe, Kerry lanzó las sempiternas críticas a Cuba, externó su preocupación por “el debilitamiento de las instituciones democráticas en Venezuela”, y proclamó buenos deseos para las elecciones en Honduras, sin aclarar cómo el golpe de Estado de 2009 se perpetró con el pleno conocimiento de la Embajada norteamericana en Tegucigalpa, ni por qué el presidente Zelaya fue expulsado del país desde la base militar de Palmerola…

El flamante vocero de Washington también aseguró, ante la organización política que, desde la segunda mitad del siglo XX, fue y es la mampara del intervencionismo imperialista en América Latina, que las relaciones interamericanas han cambiado de rumbo: “la relación que buscamos… no se trata de una declaración de Estados Unidos sobre cómo y cuándo intervendrá en los asuntos de otros estados americanos. Se trata de cómo todos nuestros países se perciban como iguales, compartiendo responsabilidades, cooperando sobre asuntos de seguridad, y adhesión no a una doctrina, sino a las decisiones que tomamos como socios para promover los valores y los intereses que compartimos”.

¿Una relación de iguales? ¿Es posible esto cuando un presidente –Barack Obama- proclama la excepcionalidad de su país (demostrada “a través del sacrificio de sangre y dinero”, dijo) en su discurso ante la Asamblea General de la ONU, evocando aquellas palabras que, en 1845, popularizó el editor del Democratic Review, John O’Sullivan, como filosofía expansionista –y proto imperialista- para el consumo del imaginario popular: “nuestro destino manifiesto [es] llenar el continente otorgado por la Providencia para el libre de nuestra cada vez más numerosa gente”?

¿Comparte responsabilidades y coopera en asuntos de seguridad un país que, anualmente, destina miles de millones de dólares por medio de sus agencias, como la USAID y la NED, para financiar grupos opositores, mercenarios políticos, tecnológicos y hasta militares, y promover así la subversión y la desestabilización de todos aquellos gobiernos que considera sus enemigos? ¿O que despliega, de modo amenazante, bases militares, flotas navales, marines en operaciones humanitarias, y desarrolla programas ilegales de espionaje contra sus socios?

¿Promueve valores e intereses compartidos un país que ocupa militarmente, durante más de un siglo, el territorio de una nación soberana e instala allí un centro de tortura global (la cárcel de Guantánamo); y que bloquea política y comercialmente, por más de medio siglo, a una Revolución y a un pueblo que lucharon por la descolonización y el derecho a la autodeterminación? ¿Promueve valores e intereses compartidos un país que no se adhiere a los tratados y convenios internacionales sobre Derechos Humanos –pero hace la guerra en su nombre-, y que mantiene la impunidad por los delitos de lesa humanidad que promovió, patrocinó y ejecutó en América Latina durante los años de la guerra sucia y las dictaduras militares?

El Secretario Kerry faltó a la verdad deliberadamente en un foro, como el de la OEA, que agoniza igual que la hegemonía estadounidense en el mundo. Renunciar a la doctrina Monroe, al dictum de América para los (norte)americanos proclamado en 1823, y al derecho de intervención que de allí derivaron las élites industriales, políticas y militares (con el nefasto Corolario Roosevelt de 1904), sería renunciar, también, a la ideología de la predestinación que está en la base del surgimiento de los Estados Unidos como estado-nación federal, a su vocación expansionista y al capitalismo monopólico y depredador que los catapultó como potencia.


Mister Kerry: no es posible borrar, con una declaración diplomática, el código genético del imperialismo que recorre el devenir histórico de su país y de sus gobernantes.

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