sábado, 3 de agosto de 2013

El Papa en su laberinto

Pobre el Papa en su berenjenal de contradicciones, queriendo imitar al humilde galileo en medio de la jauría de lobos que prevalecen en la Iglesia, entre los oropeles dorados del Vaticano y debiendo custodiar los miles de millones de dólares que descansan en las arcas del Vaticano, eufemísticamente llamado Instituto para las Obras de la Religión.

Rafael Cuevas Molina/ Presidente AUNA-Costa Rica

El Papa Francisco: entre la fe, la maquinaria mediática, los guiños progresistas y las contradicciones.
Poco ha tenido que hacer el Papa para que regresen al redil algunos de los más  connotados teólogos de la liberación que no hace mucho tiempo fueron denostados y apartados de la Iglesia. Uno de ellos es Leonardo Boff, por ejemplo, quien no esperó ni siquiera a que hiciera alguno de los gestos que tanto han deslumbrado al progresismo latinoamericano, para ponerse de su lado y clamar por abrirle una línea de crédito que le permitiera construir una Iglesia diferente.

Han sido varios, pero pocos, no muchos, los gestos del Papa Francisco que han abierto estas expectativas de que, por fin, la Iglesia Católica deje de ser ese elefante blanco anclado en el medioevo, reaccionario y retardatario en que se ha convertido en nuestros días. Lejos está esta Iglesia de sus orígenes, aquellos en los que, según su propia tradición, un humilde hijo de carpintero desafió el statu quo no solo con la palabra sino también con su estilo de vida.

En América Latina, ese ejemplo primigenio del fundador fructificó como en ninguna otra parte, pero pasó la ola política que la envolvía y daba sentido y fue perdiendo fuerza y presencia hasta que solo quedaron, casi solo como testimonio, algunos referentes que, sin embargo, fueron derivando y complementando las posturas iniciales con otras, acordes con los nuevos tiempos. Es el caso del ejemplo que acá hemos traído a colación, la del brasileño Leonardo Boff, que ha introducido en su reflexión la dimensión ambiental en el marco de una cosmogonía panteísta.

El Papa Francisco, sin embargo, poco ha hecho más allá de sus famosos gestos, mismos que, por demás, son publicitados a los cuatro vientos de forma bastante poco cristiana, si es que nos atenemos a la máxima bíblica de que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu mano derecha.

Estos gestos no escorian, ni siquiera abollan, los grandes retos que tiene ante sí la Iglesia como institución. Uno de ellos, el del universo homosexual con todas sus implicaciones, matrimonio igualitario incluido, no puede ser resuelto con la frase “quién soy yo para juzgar a un gay”, que lanzara en conferencia de prensa. Él es, nada más y nada menos, que el Papa, el jefe máximo, incontrovertido e “infalible” de la Iglesia Católica y, como tal, no puede escudarse en una supuesta actitud de humildad para evadir las respuestas que tanto ayudaría a construir un mundo más tolerante.

Es mucho pedir, ya lo sabemos, que el Papa hiciera algo diferente. Y también sabemos que, en el mundo de intereses de todo tipo en el que se mueve, es bastante lo que hace con los simples gestos que hasta el momento ha producido. Ya estos, de por sí, han levantado bastante roncha en las capas más conservadoras, no solo de la Iglesia, sino en todo el entramado que gira en torno a ella.

Ya han aparecido algunas voces con resabios coloniales que tachan sus gestos como populistas, aduciendo a los viejos estereotipos que sobre nosotros, los latinoamericanos, prevalecen en Europa. Suerte que el Papa no haya sido caribeño, porque ya habría sido tachado de tropical, y sus gestos de propios de un político de una banana republic.

Pobre el Papa en su berenjenal de contradicciones, queriendo imitar al humilde galileo en medio de la jauría de lobos que prevalecen en la Iglesia, entre los oropeles dorados del Vaticano y debiendo custodiar los miles de millones de dólares que descansan en las arcas del Vaticano, eufemísticamente llamado Instituto para las Obras de la Religión.

Ojalá que no se les suelten los demonios a quienes, aún solo por sus gestos, se sienten amenazados y terminen haciendo alguna tontería. Recordemos a Juan Pablo I.

1 comentario:

Leda Mendez dijo...

Laberinto es poco...eso es como el mundo un laberinto de maldad que lo poco que se quiere hacer será depredado sin piedad.