sábado, 20 de abril de 2013

Guatemala: Los dolores de un juicio

Pasa varias horas al día en la sala de juicio, sentada a escasos metros del general, y lo observa, tratando de desentrañar en sus gestos las razones que pueden haber llevado a alguien a cometer los crímenes que se le imputan. Le produce escalofríos verlo sonreír cuando pasan, uno tras otro, los ixiles, que entre lágrimas, sollozos y estertores describen las espeluznantes escenas de las masacres de las que fueron objeto.

Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica

El General Ríos Montt: impasible ante los testimonios
de las masacres cometidas contra los ixiles.
Marylena Bustamante es una guatemalteca que vive en México. Salió de su país natal cuando la represión amenazó su vida en la primera mitad de los años ochenta. Un par de años antes su hermano, Emil Bustamante, había sido secuestrado en un retén policial en la ciudad capital y nunca más se volvió a saber nada de él, igual que de otras decenas de miles de guatemaltecos más.

Habiendo pasado toda su vida persiguiendo esclarecer el crimen  cometido, regresó a Guatemala para presenciar el juicio en el que se sindica por genocidio al general Efraín Ríos Montt.

Todos los días se sienta entre el público, cuando puede en primera fila, como lo atestiguan las fotografías y los vídeos divulgados nacional e internacionalmente por los despachos de prensa.

Pasa varias horas al día sentada en la sala de juicio, a escasos metros del general, y lo observa, tratando de desentrañar en sus gestos las razones que pueden haber llevado a alguien a cometer los crímenes que se le imputan. Le produce escalofríos verlo sonreír cuando pasan, uno tras otro, los ixiles, que entre lágrimas, sollozos y estertores describen las espeluznantes escenas de las masacres de las que fueron objeto.

Hace dos días me envió un correo electrónico:

“Hoy, terminada la audiencia, me dirijo al elevador mientras la mayoría baja por las escaleras. Estoy ahí paradita en un extremo de la entrada cuando vienen los custodios que acompañan a  Ríos Montt y a su nieto; el general se para frente a mí en el otro extremo, me hace un saludo, se inclina, pero antes pone firmes sus pies y yo le digo educadamente buenas tardes, general. Al llegar el elevador uno de sus guardaespaldas me dice que entre y yo respondo: suban me voy en el otro viaje, pensando en que no debería ir, pero insisten, así que entro. Voy al fondo y detrás de mí entra el general; busca el otro extremo y quedamos frente a frente. Los cuatro pisos hasta el sótano, que es a donde lo llevan, se hacen eternos; lo miro pero no siento odio: lo veo como un ratón arrinconado. Por fin llegamos, me dicen que pase primero, les digo que debí de quedarme en el anterior piso; el elevadorista no paró. Sale con paso firme y seguro.

"Ya en el coche, en mi soledad hablo, según yo, con Emil, y le digo: perdoname, pero no siento odio a pesar de la barbarie, solo un profundo desprecio; lo ves ahí sentado como vil delincuente, lo tienen frente a la justicia los indios shucos[1], los caitudos[2], esos que ellos siguen viendo con desprecio, esos que no hablan español. 

"Lloré mucho y le digo a Emil: vos también lo ves ¿verdad?, es un militar de hueso duro que soporta estoicamente todo el día. Escucha, hace apuntes, se ríe cínicamente, habla con sus abogados, pone atención, ve los mapas del Quiche en una pantalla, escucha lo que dicen los peritos. Nunca lo ves dormitar ni cansado, y pienso si tomará algo para estar tan entero a su edad. Recuerdo su soberbia cuando gobernó, los Tribunales de Fuero Especial, cuando mi madre se le hincó a su esposa pidiendo por vos, y en el Palacio Nacional nos dijeron que el general no recibía a madres de subversivos”.

Marylena Bustamante esperaba con ansiedad, junto a decenas de asistentes al juicio, y miles que estamos afuera -en la explanada frente a los tribunales, en otras partes del país, en el exterior- siguiendo día a día sus incidencias, que el jueves o el viernes pasados se dictara sentencia, pero el jueves por la tarde se presentó una nueva medida dilatoria que pretende devolver todo a lo actuado hasta noviembre del 2011.

Entre el público, Marylena gritó: “Ríos Montt es un asesino”, y el general de nuevo sonrió.



NOTAS:
[1] . Guatemaltequismo: sucios
[2] . Guatemaltequismo: que usan caites, sandalias.

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