sábado, 24 de noviembre de 2012

Guatemala: Con sudor, sangre y lágrimas

Cada centavo de esos casi cinco mil millones de dólares que "los que se van" envían anualmente a Guatemala y que se convierten en el motor de nuestra economía y en impulso del mercado interno, es producto de la sangre, el sudor y las lágrimas de la migración. 

Oscar Clemente Marroquín / Columna editorial del diario La Hora (23/11/12)
Los migrantes guatemaltectos y centroamericanos
en el "tren de la muerte": buscan su "sueño americano"

Hoy publicamos un reportaje (Aportes de migrantes superan a las exportaciones y la inversión) sobre el tema de la migración y la dramática realidad nacional que expulsa a nuestros compatriotas que corren enormes riesgos para llegar a los Estados Unidos en busca de trabajo y que son el motor de nuestra economía. Cifras impresionantes demuestran que las remesas que envían los guatemaltecos que viven en el exterior pasarán este año de los cuatro mil setecientos millones de dólares, cifra que es mucho mayor que el aporte de la exportación del café, la del azúcar y la de la inversión extranjera directa.

En otras palabras, nuestra economía que históricamente fue dependiente del café, ahora depende cuatro veces más de las remesas que de nuestro principal producto agrícola de exportación y se mueve al ritmo del trabajo de nuestros compatriotas en el extranjero. Ese dinero, sin embargo, es producto de sangre, sudor y lágrimas porque eso significa la vida del guatemalteco que tiene que emigrar en busca de trabajo, de las oportunidades que nuestro país le niega.

El guatemalteco que emigra tiene una característica muy especial que marca mucho el tono de la migración actual. A diferencia de lo que pasa y pasaba con emigrantes europeos, por ejemplo, que llegan a Estados Unidos decididos a quedarse y desde el primer día se insertan en la comunidad porque queman sus naves y no tienen previsto regresar, el guatemalteco siempre tiene el sueño y el deseo de volver a su patria. El objetivo de la migración no es quedarse, aunque muchos se terminen quedando al final de cuentas, sino que se ve como una etapa en la vida en la que se aprovechará la oportunidad de entrar a la fuerza laboral norteamericana para ganar “un dinerito” que permita mandar mensualmente algo a los familiares que quedaron en la patria y ahorrar, si se puede, para preparar el regreso.

Las remesas son tan importantes porque nuestros compatriotas no rompen el cordón que les une con su tierra, con su gente y con sus familias. Eso les impide, también, insertarse plenamente en la sociedad norteamericana, aprendiendo el idioma y asimilando costumbres y tradiciones, porque ellos se consideran aves de paso, que al juntar lo suficiente quieren volver al terruño para invertir su ahorro en alguna actividad productiva.

Por eso todo el tiempo es de trabajo, no queda mucho para el aprendizaje de idiomas o culturas, menos para compartir las distracciones y entretenimientos de los norteamericanos que difieren tanto de los nuestros. Por eso es que cada centavo de esos casi cinco mil millones de dólares que envían anualmente a Guatemala y que se convierten en el motor de nuestra economía y en impulso del mercado interno, es producto de la sangre, el sudor y las lágrimas de la migración. Sangre derramada a torrentes durante el viaje hacia el “sueño americano” que necesariamente pasa no sólo por México sino también por los desiertos de Arizona donde son cazados con fervor racista. Sudor producto de un trabajo que sorprendería a aquellos señoritos que todavía piensan que nuestros pobres son pobres por huevones, porque no les gusta trabajar. Y lágrimas por la separación de los seres queridos, por esa añoranza de la tierra que no se desvanece como pasa con los migrantes que  provienen de otras culturas y que al poner pie en Estados Unidos se convierten, de hecho aunque no de derecho, en miembros de la comunidad, aprendiendo su lengua y conviviendo de manera plena en lo cultural, religioso y hasta deportivo.

Nuestro empresariado depende del vigor del mercado interno para prosperar y ya se dio cuenta que no hace falta invertir en pagar mejores salarios y propiciar mejores condiciones de vida al trabajador porque sus ventas prosperan porque así se gasta el dinero de las remesas. Para qué invertir más, para qué pagar mejor si la sangre, el sudor y las lágrimas del migrante producen para la bonanza.

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