sábado, 20 de octubre de 2012

El triunfo en Venezuela y las luchas que vienen

Triunfó la Revolución Bolivariana una vez más. Y con ella, toda América Latina. Pero ya despuntan en el horizonte inmediato nuevas luchas, batallas no menos intensas y decisivas, con elecciones legislativas y presidenciales en Venezuela, Argentina, Ecuador, Bolivia, Paraguay y El Salvador, entre 2012 y 2014. Allí se pondrá a prueba la unidad de nuestra América.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

El triunfo de Chávez en Venezuela alienta los procesos de cambio en nuestra América.
La reciente elección presidencial celebrada en Venezuela principios de este mes octubre ha sido una lección para América Latina y el mundo, especialmente para aquellos sectores de la derecha global y la criolla–la imperialista y la devota de la sumisión- y los medios de comunicación hegemónicos que, aunque sea para mantener las buenas costumbres que exige la diplomacia, o para ocultar el deshonor de sus campañas del odio y la infamia, han tenido que reconocer la limpieza, la solidez institucional y el carácter democrático del proceso electoral.

Con resultados inapelables y una altísima participación ciudadana (del 80% de los electores inscritos en el padrón de votantes), mucho mayor que en la última elección de los Estados Unidos, se entiende por qué el expresidente de ese país, Jimmy Carter, calificó al sistema electoral venezolano como el mejor del mundo. Y esto, en una región como la nuestra, tan proclive a la inestabilidad institucional, a la apatía y al abstencionismo, especialmente en los últimos 30 años de dominio neoliberal, no es poca cosa. 

¿Cuál es el valor de este triunfo? El reconocido intelectual argentino Ernesto Laclau definió la contienda electoral como “una victoria no sólo para Venezuela sino también para América Latina, que está empezando una etapa en condiciones políticas y económicas mucho mejor que la que inició a comienzos de este siglo. Con la incorporación de Venezuela al Mercosur, la integración latinoamericana ha recibido un impulso fundamental. El Mercosur va a ser una potencia económica internacional de un peso considerable” (Página/12, 14-10-2012).

Sin embargo, ignorando estas perspectivas, para una parte de los analistas del establishment latinoamericano, especialmente aquellos que añoran los tiempos del entreguismo incondicional, de los espejismos del mercado y de Miami como “centro cultural” y político para las elites de nuestros países, lo más destacado del proceso fue el caudal de votos acumulado por el candidato Henrique Capriles –maquillado de centroizquierdista por los gurús del marketing político-, quien logró aglutinar  a la oligarquía, los partidos de la derecha y, en general, a sectores que expresan diversas formas de inconformidad o insatisfacciones con el rumbo de la Revolución Bolivariana.

Si bien este es un hecho que debe llamar a la reflexión y la autocrítica de la dirigencia bolivariana, y a las izquierdas que apoyan el proceso en Venezuela, también es justo decir que el chavismo alcanzó una cota histórica en esta elección: un poco más de 8 millones de votos, que representan la victoria en 22 de 24 estados, algo que no se había registrado en ninguno de los comicios anteriores.

Nuestro balance, y así lo hemos planteado en varios artículos, apunta a destacar el papel fundamental que desempeña el proceso venezolano en los cambios que experimenta América Latina desde principios del siglo XXI; en la nueva arquitectura de la integración regional que se viene forjando, desde espacios como el ALBA y UNASUR; en los espacios de soberanía ganados frente a las grandes potencias y,  en general, en las luchas sociales que recorren todo el continente.

Se trata de un proceso perfectible, por supuesto, y del que esperamos logre rectificar y profundizar todo lo que sea necesario (como su propia dirigencia lo ha reconocido); pero negar o minimizar la importancia estratégica y el protagonismo de la Revolución Bolivariana en la construcción de las nuevas realidades y equilibrios de fuerzas en nuestra América, sería un craso error de análisis e interpretación, solo atribuible al éxito de las campañas de desinformación masiva de los grandes consorcios mediáticos y a los prejuicios ideológicos –y de otro tipo, incluidos los raciales- con los que con frecuencia se mira al presidente Hugo Chávez y a Venezuela.

Seguramente para muchas personas, incluso para aquellas que de buena fe se interesan e identifican con nuestra América profunda, no es fácil aproximarse al fenómeno del presidente Chávez y la Revolución Bolivariana, acaso por el peso que tienen en nuestra cultura política latinoamericana algunas tradiciones, discursos, estereotipos y temores marcados a sangre y fuego en la  memoria colectiva.

No obstante, hay que insistir en el hecho de que en los 13 años de gobierno de Chávez, Venezuela alcanzó resonantes logros en el campo del desarrollo humano (salud y educación), en el combate a la pobreza y la reducción de la desigualdad, como lo certifican distintos organismos internacionales (CEPAL, UNESCO). Avances que superan por mucho lo realizado en el país durante el último medio siglo.

Además, a lo largo del mandato de Chávez, el ejército nunca fue enviado a las calles a reprimir al pueblo, como sí ocurrió, por ejemplo, en 1989, durante el Caracazo, cuando la tiranía financiera internacional impuso un programa de reformas y ajuste estructural. Por el contrario, ante la debilidad del Estado neoliberal heredado, y las limitaciones del proceso bolivariano, el ejército ha asumido, en no pocas ocasiones, tareas de organización y logística (como se ha visto en algunas de las Misiones Sociales) que corresponderían a otras instancias, pero que no ha sido posible institucionalizar como es debido.  

En cambio, quienes sí optaron por las acciones violentas y por la desestabilización  en la última década fueron los grupos más radicalizados de la oposición, un sector de medios de comunicación y la oligarquía, como se demostró en el frustrado golpe de Estado del 2002. Paradójicamente, son  los mismos que, aquí y allá, con financiamiento de los Estados Unidos, invocan el discurso de los Derechos Humanos para atacar al gobierno, pero no reparan en la ilegalidad de sus propias actuaciones.

Para malestar de esos sectores, en Venezuela triunfó la Revolución Bolivariana una vez más. Y con ella, toda América Latina. Ahora, tras la reelección de Chávez, ya despuntan en el horizonte inmediato nuevas luchas, batallas no menos intensas y decisivas: en diciembre de este año, elecciones legislativas en Venezuela y Argentina; en 2013,  presidenciales en Ecuador, Bolivia y Paraguay. Incluso en El Salvador ya se agitan las aguas electorales para el 2014, y la posibilidad real de que la derecha vuelva al poder apagaría casi totalmente el viento de privamera democrática de la primera década del siglo XXI en América Central. ¿Veremos en el pulgarcito de América un giro hacia las raíces históricas del Frente Farabundo Martí con la eventual candidatura de Salvador Sánchez Cerén? ¿Un triunfo de la derecha salvadoreña, sumado a las que ya gobiernan en Guatemala, Honduras, Costa Rica y Panamá, condenaría una vez más a la Nicaragua sandinista a la soledad de su rebeldía?

Los escenarios están abiertos en un tiempo en el que, al decir de José Martí, nuestra América enfrentará de nuevo una hora de la marcha unida.

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