sábado, 2 de junio de 2012

Argentina: Los trabajadores de YPF

Los trabajadores petroleros de YPF, excluidos por el neoliberalismo, pusieron en pie desde abajo un proyecto colectivo alternativo en la ciudad de General Mosconi, que es ejemplo y referencia los excluidos del mundo. En estos 10 años empezaron a mirar en horizontal, hacia los pueblos cercanos, las comunidades indígenas y los poblados de la región hacia donde crece el movimiento.

Raúl Zibechi / LA JORNADA

Los verdaderos protagonistas de la historia social suelen ser opacados por la cultura hegemónica que sigue colocando en lugar destacado a caudillos y autoridades estatales, en los que se enfocan las luminarias mediáticas. Así sucede, en particular, cuando los protagonistas son gente de abajo, mujeres y jóvenes de piel oscura, que viven lejos de las grandes ciudades y son portadores de culturas largamente discriminadas.

En la etapa actual del capitalismo, en la que el sistema muestra su obscena decadencia militarizada, los ademanes colonialistas vuelven a ser agitados por las clases opulentas para exorcizar sus más rancios temores. Instalar a hombres y mujeres protagonistas de las resistencias en el lugar que les corresponde, no es sólo un acto de justicia histórica, sino algo más importante aún: revelar que sigue siendo posible cambiar el mundo, o sea, hacerlo desde abajo.

La historia reciente de los trabadores de YPF, desde la privatización de dos décadas atrás que los llevó al desempleo y la exclusión hasta la reciente nacionalización por el gobierno de Cristina Fernández, nos enseña lo que puede hacer la energía colectiva de los trabajadores. En la ciudad de General Mosconi, Salta, uno de los núcleos de la estatal YPF, se pasó de la resistencia a la creación de un mundo nuevo en el que participan más de 2 mil familias en una población de 16 mil habitantes.

Si aquella resistencia fue decisiva en la deslegitimación del modelo privatizador, en la construcción de proyectos autogestionados a partir del año 2000 anida la esperanza de afrontar y superar el genocidio del abajo que planifican las elites. Nada fue gratis para los miles que integran la Unión de Trabajadores Desocupados (UTD).

Cinco muertos, cientos de heridos y cientos de manifestantes procesados judicialmente sólo en los años 2000 y 2001, los más duros del conflicto, fueron la respuesta inicial del Estado a los levantamiento de Mosconi y la vecina Tartagal. Los cortes masivos de rutas durante semanas para obturar la circulación de mercancías fueron respondidos con ataques policiales brutales que persiguieron a los piqueteros casa por casa, apaleando a sus ocupantes. Los vecinos no se quedaron atrás. Empujados por el hambre y la pobreza, y la conciencia de que sólo les quedaba luchar o morir en soledad, se aferraron a la acción directa hasta incendiar instituciones públicas como la municipalidad y la comisaría.

Neutralizada la represión, se pusieron a trabajar para refaccionar centros de salud, aulas de escuelas, salas de hospitales, centros comunitarios en barrios, arreglaron plazas y parques, limpiaron terrenos y levantaron viviendas. Aprovecharon los subsidios estatales para poner en marcha emprendimientos productivos, con lo que ingresaron en un terreno nuevo, el del trabajo autónomo autogestionado, sin Estado ni patrón, sin propiedad privada ni jerarquías laborales.

La lista de proyectos productivos es impresionante: un taller metalúrgico y una carpintería que producen para escuelas y hospitales, un vivero con 60 mil plantas y árboles autóctonos, cooperativa de ladrilleras, entre 20 y 36 huertas comunitarias según el ciclo climático, fábrica de ropa, planta de clasificación de semillas, basurero ecológico y reciclado de plásticos, cría de animales.

Además pusieron en pie proyectos culturales y educativos en espacios que habían pertenecido a YPF: la Universidad Popular ya cuenta con 10 cursos, desde ciencias políticas hasta peluquería, donde estudian 340 jóvenes. Su nombre (Ju.Ve.Go.Sa.Ba) está formado por las siglas de los cinco asesinados. Además reabrieron el cine local, gestionan una escuela rural y realizan talleres de cine y construcción.

Los proyectos autogestionados son “estratégicos para la reconfiguración territorial que realiza la UTD”, escribe el militante y sociólogo Juan Wahren en su trabajo Movimientos sociales y disputas por el territorio y los recursos naturales. Prueba de ello es que la UTD ha diseñado y construido dos barrios: San Francisco con 100 viviendas y La Esperanza con 96 casas, levantadas por obreros que no sólo trabajan sin patrón, sino que utilizan herramientas de “propiedad compartida”, distribuyen los excedentes y cuestionan las tecnologías contaminantes.

El trabajo autogestionado a lo largo de una década ha “forjado un nuevo tipo de relaciones humanas y sociales, de trabajo y de producción, que redefine la relación con medios de producción, con la naturaleza y fundamentalmente entre los propios integrantes de los emprendimientos”, explica Wahren. Fue posible gracias a la territorialización de un movimiento autónomo que les permite no nada más construir un mundo nuevo, sino relacionarse con el Estado sin caer en relaciones de subordinación.

Al respecto, Juan Carlos Gipy Fernández, uno de los principales dirigentes de la UTD con más de 80 procesos en su contra y ahora rector honorario de la Universidad Popular, tiene una concepción bien diferente del Estado. “Hay dos Estados. Uno es el Estado gobernante, y el otro es el verdadero Estado que somos nosotros: los seres humanos que vivimos en esta tierra” (revista MU, mayo de 2012).

Que los “desocupados” de Mosconi se consideren “otro Estado”, muestra lo que han crecido en estas dos décadas, tanto desde el punto de vista material como subjetivo. Consideran al “Estado gobernante” como algo extraño a la comunidad con el que se relacionan de igual a igual. No piden, exigen, y en sus territorios mandan ellos, sin el menor complejo de inferioridad.

Los trabajadores petroleros de YPF, excluidos por el neoliberalismo, pusieron en pie desde abajo un proyecto colectivo alternativo que es ejemplo y referencia los excluidos del mundo. En estos 10 años empezaron a mirar en horizontal, hacia los pueblos cercanos, las comunidades indígenas y los poblados de la región hacia donde crece el movimiento. En los hechos están convirtiendo la isla-Mosconi en barca para relacionarse con otras islas, como dicen en la selva Lacandona.

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