viernes, 9 de diciembre de 2011

La raíces culturales de las tradiciones democráticas en Nuestra América

Podríamos estar en las vísperas de una situación inédita en nuestra historia, de proliferación de gobiernos del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. O, para decirlo desde nuestra propia tradición democrática, de gobiernos que sean finalmente de todos y para el bien de todos, que tengan como propósito primero el respeto a la dignidad humana.

Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América

Intervención en el coloquio Raíces y futuro de la tradición democrática en América Latina. Universidad de Yale, 2-3 de diciembre 2011

“No hay letras, que son expresión, mientras no haya esencia que expresar en ellas. Ni habrá literatura hispanoamericana hasta que no haya – Hispanoamérica. Estamos en tiempos de ebullición, no de condensación; de mezcla de elementos, no de obra enérgica de elementos unidos. Están luchando las especies por el dominio en la unidad del género”.
José Martí, Cuadernos de Apuntes, 1884.

Quisiera compartir con ustedes un examen de algunas de las raíces culturales de la tradición democrática en nuestra América, cuya presencia activa en nuestra circunstancia política contemporánea constituye un factor de enorme importancia. Quisiera hacerlo, además, desde la perspectiva de análisis de esa circunstancia que nos propusiera José Martí en 1884 – esto es, la de una lucha de especies “por el dominio en la unidad del género” – , para identificar algunos de los problemas que en esa circunstancia plantea para avanzar hacia una situación en la que el gobierno de nuestros países llegue a ser, finalmente, la expresión del equilibrio de sus elementos naturales.

A ese respecto, cabe recordar que, desde mediados del siglo XIX, una vez liquidada cualquier esperanza de restauración del viejo orden borbónico y planteada la tarea de organizar en naciones viables los fragmentos en que aquel orden había venido a descomponerse, tomaron forma en nuestra América de al menos tres diferentes tradiciones democráticas.

- Una conservadora, de democracia restringida, asociada al manejo del poder político por las élites oligárquicas de la región, constituidas a partir de la Reforma Borbónica, cuyos intereses se vinculaban a la explotación del complejo mina /hacienda mediante formas semi-serviles de trabajo aportado por comunidades indígenas y peones mestizos, y a la economía de plantación asociada al trabajo esclavo.

- Una liberal, a la vez progresiva y autoritaria, asociada a grupos emergentes que aspiraban al uso del poder para promover el crecimiento económico mediante el aprovechamiento de las ventajas comparativas de la región para atraer el capital extranjero y vincularse de manera más vigorosa al mercado mundial. Esta tradición tiene un referente de origen en Facundo. Civilización y Barbarie, el libro de Domingo Faustino Sarmiento que, desde su publicación en Chile en1845, llegó a tener en la región una influencia comparable a la de La Democracia en América, de Tocqueville, en la cultura política Noratlántica.

- Una tradición popular, centrada en la defensa del derecho histórico de vastos sectores campesinos – indígenas, mestizos y afrodescendientes – a tener el control de sus necesidades, de sus formas de vida comunitaria, y de las formas de propiedad y los derechos de acceso a recursos naturales correspondientes a esa vida comunitaria.

Cada una de estas tradiciones se formó y se transformó en interacción con las otras dos a lo largo de los siglos XIX y XX, en un proceso vinculado además a las vicisitudes del desarrollo del liberalismo como geocultura del sistema mundial, entre 1848 y 1968. Así, para mediados del XIX, se producen en múltiples lugares alianzas de facto, sino de jure, entre sectores conservadores y populares que convergen en su resistencia a la Reforma Liberal encaminada a crear los mercados de tierra y de trabajo que requería el desarrollo del capitalismo en nuestros países. La dictadura conservadora del mestizo Rafael Carrera, en Guatemala, es un ejemplo acabado de esta coyuntura.

Entre las décadas de 1870 y 1930, conservadores y liberales convergen en la creación y desarrollo del Estado Liberal Oligárquico, que organiza nuestra moderna inserción en el mercado mundial. A partir de la década de 1940 y hasta fines de la de 1970, los liberales progresistas convergen con amplios sectores populares de carácter cada vez más urbano, para crear Estados populistas, que promueven el crecimiento económico en mercados protegidos, mediante la creación de condiciones de producción indispensables para ese propósito, a través de la inversión masiva en infraestructura y en la dotación de servicios públicos, en particular de educación y salud pública.

El colapso de estos Estados populistas en la década de 1980 inauguró una peculiar fase de hegemonía conservadora, caracterizada por políticas económicas ultraliberales y la restricción generalizada de los derechos sociales y políticos de la población. Aun así, esta no fue una mera reedición del viejo estado Liberal oligárquico de fines del XIX. Podría decirse que los conservadores eran criollos, pero los liberales esta vez eran globales en cuanto no actuaban en nombre de los intereses de sectores nacionales, sino de los del capital financiero internacional.

Por último, las tensiones creadas por esta restauración oligárquica, combinadas con la crisis en curso en el sistema mundial, abrió el camino a un nuevo tipo de alianza liberal - popular, cuyos ejemplos más sobresalientes son, probablemente, el Brasil de Lula y la Argentina de los Kirchner. Y aun así, esta no es tampoco una mera reedición del populismo de mediados del siglo XX.

La tradición popular, en particular, ha evolucionado de múltiples maneras. Hoy sus reivindicaciones fundamentales están cada vez más referidas a una ampliación de los derechos políticos del ciudadano – en particular los de organización y participación -, a la gestión de sus propios recursos y territorios, al rechazo a toda forma de discriminación, y a la demanda de servicios de educación y salud definidos desde sus propios intereses y necesidades.

Esto se traduce en la definición de un deslinde cada vez más claro entre sus aspiraciones y las del liberalismo desarrollista. Para este último, como sabemos, resulta esencial la promoción de un crecimiento económico ilimitado como medio para ofrecer una vida mejor a una minoría creciente. Para la tradición popular, el objetivo mayor consiste hoy en crear las condiciones necesarias para el buen vivir de las mayorías.

Este buen vivir es entendido como la adecuada satisfacción de las necesidades fundamentales de las comunidades y los individuos en materia social y política, a partir del aprovechamiento sostenible de los recursos naturales en una relación con el medio natural cuya armonía se corresponda a la que debe existir en las relaciones de los grupos sociales entre sí. Esto se corresponde, en líneas generales, con la definición clásica del buen gobierno que nos ofreciera en 1891 José Martí:

A lo que es, allí donde se gobierna, hay que atender para gobernar bien; y el buen gobernante en América [es] el que sabe con qué elementos está hecho su país, y cómo puede ir guiándolos en junto, para llegar, por métodos e instituciones nacidas del país mismo, a aquel estado apetecible donde cada hombre se conoce y ejerce, y disfrutan todos de la abundancia que la Naturaleza puso para todos en el pueblo que fecundan con su trabajo y defienden con sus vidas. El gobierno ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de ser el del país. La forma del gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país. El gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales del país. [“Nuestra América”. El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891.]

Este abordaje de los problemas de la construcción de sociedades que sean nuevas por lo democráticas y participativas que lleguen a ser tiene un sustento cultural de múltiples raíces. Estas incluyen, por ejemplo:

- El pensamiento democrático liberal de perspectiva popular, antioligárquico en su carácter, radical en su empeño de ir a la raíz de nuestros problemas, y centrado en la construcción de nuestras identidades nacionales, que tiene entre sus representantes más destacados al escritor y político cubano José Martí.

- La labor de análisis histórico y creación literaria asociada a la crítica de la opresión social y política de los sectores populares, y a la situación subordinada de nuestras sociedades en el sistema mundial, que tiene entre sus representantes al peruano José Carlos Mariátegui.

- La gran tradición de humanismo cristiano que ya ha sido presentada aquí, en cuyo marco se desarrolló la Teología de la Liberación, cuyo papel en la promoción de los movimientos sociales indígenas y campesinos, signada por la sangre de mártires como Ignacio Ellacuría, no puede ser subestimada.

- La labor de fomento de las capacidades populares para la participación social y política a través de una educación construida desde las necesidades de los oprimidos, que tiene entre sus representantes al pedagogo brasileño Paulo Freire.

Donde han llegado al poder, estas coaliciones han tenido éxito no sólo en su capacidad para estabilizar las situaciones internas de crisis económica y política, sino además en la creación de organizaciones regionales como la Unión de Naciones del Sur, su Consejo de Defensa y Seguridad, y ahora la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe. Sin embargo, lo realmente nuevo aquí es el fortalecimiento de los sectores populares, y la creciente importancia de sus tradiciones democráticas en la definición de las perspectivas políticas de la región.

Esto crea, por ejemplo, la posibilidad de una alianza de organizaciones populares con fracciones de liberales progresistas y de conservadores nacionalistas en el escenario político regional, en la que esos sectores populares no tendrían ya un carácter subordinado, sino de liderazgo. Podríamos estar, así, en las vísperas de una situación inédita en nuestra historia, de proliferación de gobiernos del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. O, para decirlo desde nuestra propia tradición democrática, de gobiernos que sean finalmente de todos y para el bien de todos, que tengan como propósito primero el respeto a la dignidad humana.

Al propio tiempo, por supuesto, podríamos estar también en las vísperas de una situación totalmente distinta, en la que algunos sectores populares converjan con grupos conservadores para resistir a gobiernos liberales que rechacen la demanda de pasar de una democracia representativa a una participativa, o que pretendan subordinar intereses y aspiraciones regionales o subregionales a las demandas del gran capital internacional. Esto llevaría a un prolongado período de inestabilidad y conflicto, y a una erosión general de cualquier tipo de democracia en la región.

Como vemos, no estamos condenados a la perdición ni a la salvación. Son muchas las encrucijadas y bifurcaciones que esperan por nosotros. Nos veremos obligados una y otra vez a escoger entre problemas antes que entre ventajas. Aquí radica la importancia de debates como éste, que tienen lugar a lo largo y ancho de la región y a todos los niveles de la vida social, siempre en busca de medios para encarar nuestros problemas de un modo que nos permita llegar a soluciones realmente innovadoras. Agradezco mucho la invitación que me fue hecha para contribuir a esta discusión aquí.

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