sábado, 21 de enero de 2017

Adiós Barack Obama

Con una familia linda, Barack Obama encarna el prototipo del buen ciudadano, buen esposo y buen padre.  Sin embargo, consciente de los excesos del estructuralismo sociológico, no puedo sino decir que una cosa es ser un buen hombre y otra es serlo, y al mismo tiempo, ejercer las funciones de la presidencia del todavía más poderoso imperialismo en el mundo.

Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México

La noche del triunfo de Barack Obama será inolvidable. En un país que esclavizó a cientos de miles de africanos y a sus descendientes, que a mediados del siglo XX todavía era un país de apartheid racial abierto o vergonzante, en donde en la década de los sesenta los afrodescendientes luchaban por ser ciudadanos, el que el 4 de noviembre de  2008 un afroamericano ganara la presidencia de la república,  resultó profundamente conmovedor. Recuerdo muy bien el discurso victorioso de Obama aquella noche  en una de las plazas de la ciudad de Chicago. Un hombre moreno y hermoso con voz de barítono,  electrizó a la multitud eufórica que lo rodeaba a él y a su familia. Allí estaban Christine King Farris, la hermana del prócer Martin Luther King, llorando inconteniblemente. La acompañaban en el llanto,  el reverendo Jesse Jackson y muchos otros veteranos de las luchas por los derechos civiles.

El país entero se conmocionó ante el espectáculo del triunfo.  En Nueva York, en la famosa esquina de Times Square, una multitud enloqueció de alegría cuando  una pantalla gigantesca anunció el triunfo del hijo de un inmigrante africano y una estadounidense blanca. En Atlanta, en la Iglesia Ebanezer, la de Luther King, aproximadamente mil personas lloraban y cantaban a la vez. Obama enumeró los desafíos que el cambio que representaba habría de resolver: la crisis mundial desencadenada ese año en Estados Unidos de América, las guerras de Irak y Afganistán entre otros.  Desde antes del triunfo,  sus partidarios recordaban la historia personal de Obama: brillante estudiante en las Universidades de Columbia y Harvard, dejó un tiempo el futuro prometedor de la abogacía para dedicarse al trabajo social por los desamparados,  y  luego dedicarse a la defensa jurídica de los derechos civiles. Un hombre así, no podía ser malo.

Y estoy seguro que no lo es. Con una familia linda, Barack Obama encarna el prototipo del buen ciudadano, buen esposo y buen padre.  Sin embargo, consciente de los excesos del estructuralismo sociológico, no puedo sino decir que una cosa es ser un buen hombre y otra es serlo, y al mismo tiempo, ejercer las funciones de la presidencia del todavía más poderoso imperialismo en el mundo. Y con todo su encanto, Obama cumplió con creces ese papel. Hemos leído relatos sobre sus reuniones con el alto mando de la seguridad imperial para decidir sobre qué personas y objetivos se iban a dirigir drones y bombas inteligentes con las consiguientes “bajas colaterales”. No pudo Obama desmantelar el centro de tortura en Guantánamo,  ni tampoco pudo evitar meterse en nuevas guerras  como en Libia y en Siria, no le tembló el pulso agarrado de la mano de Hillary Clinton, para propiciar las tentativas golpistas en Bolivia (2008) y Ecuador (2010),  el golpe de estado en Honduras (2009) y posteriormente el de Paraguay (2012). Su rechazo al capital financiero no pudo evitar que al final con entusiasmo neoliberal le hiciera concesiones y terminó deportando a 2.8 millones de indocumentados.

Adiós Barack Obama, solamente Trump hará que te extrañemos.

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