sábado, 3 de diciembre de 2016

Fidel y la Revolución Cubana: “Con conciencia de siglos…”

José Martí no solo fue el autor intelectual del asalto al Cuartel Moncada en 1953, como el propio Fidel lo reconociera en su alegato “La historia me absolverá”: también fue el inspirador de la política exterior cubana y de su praxis geopolítica en el Caribe, en la América Latina continental y más allá del ámbito regional.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

La muerte de Fidel Castro provocó una sobrecogedora reacción mundial de respeto, admiración y reconocimiento a la vida y trayectoria del líder revolucionario, una de las figuras más influyentes y destacadas del siglo XX y lo que va del XXI, en América Latina y el mundo. Que estos gestos provengan, especialmente, de pueblos como el palestino, que todavía sufre criminales formas de opresión; de países como Angola y Namibia, cuya independencia y soberanía se obtuvo gracias a las audaces acciones internacionalistas de la Revolución Cubana en el combate al racismo y el apartheid surafricano;  de partidos, movimientos y organizaciones populares que resisten al capitalismo neoliberal y al imperialismo en todos los continentes; y en general, que sea esa gran humanidad que ha dicho ¡basta! y ha echado a andar –como se la identifica en la Segunda Declaración de La Habana- la que hoy se conmueve con la desaparición física de Fidel, habla de la inmensa estatura política y moral alcanzada por este hombre “de tozuda voluntad y anticuado sentido del honor”, al decir de Eduardo Galeano, y “que siempre se batió por los perdedores”[1] como Quijote de nuestro tiempo.

Nada de esto es casual. Fidel Castro supo comprender las circunstancias, contextos y posibilidades concretas para la consolidación del proceso revolucionario en Cuba, y a la vez, contribuyó decisivamente a que la Revolución trascendiera el escenario latinoamericano para proyectar las luchas de liberación nacional, antiimperialistas, anticolonialistas y anticapitalistas por todo el orbe, abriendo caminos para la construcción de proyectos políticos de muy distinta naturaleza y con diversos sujetos protagonistas, que trastocaron y pusieron en jaque, en más de una ocasión, el poder y la dominación de las potencias occidentales sobre los pueblos del que peyorativamente fue llamado Tercer Mundo.

No en vano el dominicano Juan Bosch afirmó que con la emergencia de la Revolución en Cuba en 1959, y la derrota del imperialismo estadounidense en la invasión de 1961, “la vieja frontera imperial que había quedado rota para los imperios europeos en el siglo XIX y había sido reconstruida por los Estados Unidos en el siglo XX, quedaba deshecha definitivamente”[2]. Ese triunfo resonó por todos los confines.

Es posible afirmar, entonces, que José Martí no solo fue el autor intelectual del asalto al Cuartel Moncada en 1953, como el propio Fidel lo reconociera en su alegato La historia me absolverá: también fue el inspirador de la política exterior cubana y de su praxis geopolítica en el Caribe, en la América Latina continental y más allá del ámbito regional. Las líneas maestras de ese programa martiano que aboga por el equilibrio del mundo están presentes en distintos escritos del prócer cubano, pero se expresan con particular claridad en el texto conocido como “El tercer año del Partido Revolucionario Cubano”. Allí, Martí advierte la relevancia de Cuba, y las Antillas en general, en el sistema internacional, y las dimensiones de la lucha revolucionaria en la isla que, muy pronto, aparecen irremediablemente ligadas a la confrontación con el imperialismo estadounidense:

“En el fiel de América están las Antillas, que serían, si esclavas, mero pontón de la guerra de una república imperial contra el mundo celoso y superior que se prepara ya a negarle el poder, mero fortín de la Roma  americana; y si libres, y dignas de serlo por el orden de la libertad equitativa y trabajadora, serían en el continente garantía del equilibrio, la de la independencia para la América española aún amenazada (…). No a mano ligera, sino como con conciencia de siglos, se ha de componer la vida nueva de las Antillas redimidas. Con augusto temor se ha de entrar en esta grande responsabilidad humana. Se llegará muy alto, por la nobleza del fin; o se caerá muy bajo, por no haber sabido comprenderlo. Es un mundo lo que estamos equilibrando: no son solo dos islas [Cuba y Puerto Rico] las que vamos libertar”[3].

Para Martí, no se podía fallar en el cumplimiento de esa misión: “Un error en Cuba, es un error en América, es un error en la humanidad moderna. Quien se levanta hoy con Cuba, se levanta para todos los tiempos. (…) ¡Los flojos, respeten: los grandes, adelante! Esta es tarea de grandes”[4].

En el pensamiento de Fidel, estas ideas martianas se constituyen en ejes que gravitan de manera constante en el análisis político, en la interpretación de las coyunturas, en la lectura del ámbito de posibilidades –el margen de maniobra- y en la definición de líneas de acción, con profunda perspectiva histórica. Con conciencia de siglos y de los dolores, las injusticias, las rabias y las utopías que la Revolución se echó sobre los hombros. 

Así, encontramos que en la Segunda Declaración de La Habana de 1962, pronunciada en la Plaza de la Revolución, y que bien puede considerarse como uno de los documentos fundacionales del pensamiento crítico latinoamericano moderno, Fidel interpelaba:

“¿Qué es la historia de Cuba sino la historia de América Latina? ¿Y qué es la historia de América Latina sino la historia de Asia, África y Oceanía? ¿Y qué es la historia de todos estos pueblos sino la historia de la explotación más despiadada y cruel del imperialismo en el mundo entero?”[5].

Y más adelante, en esa misma alocución, explicaba:

“Cuba y América Latina forman parte del mundo. Nuestros problemas forman parte de los problemas que se engendran de la crisis general del imperialismo y de la lucha de los pueblos subyugados; el choque entre el mundo que nace y el mundo que muere”[6].

La articulación de nuestra América con el mundo, la búsqueda constante de la unidad y la integración de los pueblos, la solidaridad de los oprimidos y la acción conjunta contra los opresores como horizontes de una (geo)política emancipadora, son parte de las contribuciones de la Revolución Cubana a la construcción del otro mundo posible.

“Con los oprimidos había que hacer causa común”[7], escribió Martí en su ensayo Nuestra América. Con las mil y una dificultades y adversidades por todos conocidas, e incluso a pesar de las contradicciones y limitaciones que se le puedan señalar, la Revolución Cubana ha sido y es consecuente con este principio, y en ello cabe una responsabilidad decisiva al liderazgo de Fidel. He aquí una lección de humanidad, de dignidad y valentía que todo el odio de sus enemigos no podrá borrar ni hacer olvidar jamás.




NOTAS:

[1] Galeano, E. (2008). Espejos. Una historia casi universal. México, D.F.: Siglo XXI Editores, p. 309.
[2] Bosch, J. (2012). De Cristóbal Colón a Fidel Castro. El Caribe, frontera imperial. Caracas: Fundación Editorial El Perro y la Rana, p. 419.
[3] Martí, J. (1894). El tercer año del Partido Revolucionario Cubano. En: Hart Dávalos, A. (2000). José Martí y el equilibrio del mundo. México D.F.: Fondo de Cultura Económica, p. 240
[4] Idem, p. 241.
[5] Castro, F. (2009). Latinoamericanismo vs. imperialismo. Querétaro: Ocean Press, p. 62.
[6] Idem, p. 66.
[7] Martí, J. (1891). Nuestra América. En: Hart Dávalos, A. (2000). José Martí y el equilibrio del mundo. México D.F.: Fondo de Cultura Económica, p. 240

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