sábado, 26 de noviembre de 2016

Fidel: La voluntad que no cesa

Para América Latina, Fidel Castro ha sido el más grande estadista de todos los tiempos, sin el que no volveremos a ser nunca más los mismos.

Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica

Tuve el honor de conocer a Fidel cuando tenía veinte años y, como a tantos en el mundo, verlo y oírlo a la par mía durante toda una mañana me cambió la vida. Había llegado a Cuba como parte de una delegación de rectores y representantes estudiantiles centroamericanos. Recuerdo entre los que mirábamos a Fidel en aquella mañana de mayo en una casa de protocolo en Varadero a mi padre, Rafael Cuevas del Cid; a los exrectores de la Universidad de El Salvador Rafael “Lito” Menjívar y Fabio Castillo; a los entonces rectores Jorge Arturo Reina de la Universidad Autónoma de Honduras;  y a Eugenio Rodríguez, de la Universidad de Costa Rica quien, años más tarde, sentado junto a mí en una de nuestras reuniones quincenales del Consejo Editorial de la Universidad Estatal a Distancia (EUNED) en San José, Costa Rica, me comentaría el escándalo que se montó en la institución que dirigía cuando se enteraron que formaría parte de la delegación. Y también, entre los presentes en esa luminosa mañana caribeña, veo el rostro de Carlos Garita, entonces dirigente estudiantil hondureño, y las esposas de los rectores y exrectores. Todos expectantes, siguiendo incrédulos las palabras de Fidel quien, inagotable, hablaba y hablaba sin parar, como un río que no queríamos que parara nunca y que a todos nos cambió la vida porque después de esa mañana nunca pudimos volver a ser los mismos, deslumbrados como estábamos por lo que habíamos descubierto a no muchos kilómetros de donde vivíamos y trabajábamos, pero que solo conocíamos entre la niebla que cubría a nuestros paisitos atrasados, enzarzados en una lucha fratricida a muerte.

Volvimos todos, como no podía ser de otra forma, cada uno al lugar que le correspondía en esa Centroamérica convulsa de los años setenta, pero de ahí en adelante nuestros ojos vieron más allá de lo que veían cuando partimos. Creo que a mi padre le desquició la vida, porque no se puede hablar sino de desquiciamiento el haber atisbado lo que podíamos ser como personas y como países y volver a nuestro mundo oscuro y pequeño en donde mandaban personajes siniestros como “El Mico” Sandoval Alarcón fundador, como él decía, “del partido de la violencia organizada” de extrema derecha; de Carlos Arana Osorio, “El Chacal del Oriente”, quien “pacificó” el oriente de Guatemala a costa de las primeras grandes masacres en contra de la población guatemalteca con el fin de eliminar a la entonces naciente guerrilla, y quien luego fuera presidente del país dejando una estela interminable de muertos entre los que recuerdo y veo, con mis ojos de adolescente, a queridos amigos con los que apenas horas antes habríamos conversado y reído como Fito Mijangos o Julio Camey Herrera, preclaros universitarios a cuyos entierros multitudinarios asistí con mi padre transidos de dolor y rabia.

Fue Fidel quien nos conmocionó, y Cuba; esa Cuba que veíamos y no podíamos creer que fuera cierta, y de la cual hablamos y hablamos con quien se pusiera a nuestro alcance, insaciablemente, incrédulos que pudiera existir a casi tiro de honda de nuestras costas, y que a mí me llevó a elevar mi compromiso hacia una militancia que espero que no cese nunca, como nunca cesó en Fidel a quien luego, en mi vida, volví a ver más de lejos, menos íntimamente que aquella mañana, entre mucha gente siempre, hablando sin parar sobre su entorno, los amigos y los enemigos y sobre el futuro, que desde entonces se perfiló como una utopía a la que podíamos llegar si no empeñábamos, si no cejábamos, si perseverábamos como perseveró él, siempre, contra viento y marea cuando todos decían que hasta ahí había llegado, que no daba para más, que por fin fracasaría pero salía avante de alguna forma, tenaz, obstinado, seguro que no sucumbiría como no sucumbió y llegó hasta hoy, cuando hace apenas unas horas murió en La Habana y nos llenó de luto a todos los que vimos en él a un hombre excepcional como pocos más en el mundo en este siglo XX. Y que para América Latina ha sido el más grande estadista de todos los tiempos, sin el que no volveremos a ser nunca más los mismos.

1 comentario:

Roberto Gregorio Utrero dijo...

Estimado Rafael, como siempre certero y preciso tu artículo sobre Fidel. Mucho más, cuando mojas con saliva tus palabras evocando esa mañana cuando lo conociste y te cambió la vida, como se la cambió a toda nuestra generación, de un extremo al otro en ésta, Nuestra América. Será por eso que su inmensa trayectoria nos ilumina a todos como hermanos de lucha y nos renueva de energía, alimentando esperanzas y alumbrando la utopía de cada día. Nuestra fraternidad abreva en esas fuentes. Un abrazo desde Mendoza, querido hermano. Roberto Utrero