sábado, 11 de junio de 2016

El Capital y América Latina

Desde la perspectiva del largo plazo, el camino para que el trabajo y la sociedad se impongan sobre el capital corre el peligro de que América Latina pase a otro ciclo histórico en el que nuevamente los intereses del capital se impongan a los del trabajo y la sociedad.

Juan J. Paz y Miño Cepeda / Firmas Selectas de Prensa Latina

En 1972, la prestigiosa editorial Pasado y Presente (PyP) publicó el libro Materiales para la Historia de América Latina, una antología de textos de Karl Marx y Friedrich Engels. Eran tan solo 350 páginas y casi lo único que se podía encontrar de todo lo que los fundadores del marxismo escribieran y que se conocía hasta ese momento.

Muy poco material, si se le compara solo con el primer tomo de El Capital (1867) que consta de unas 770 páginas y los 50 tomos de las Obras completas de K. Marx y F. Engels, que “Historia y Crítica” ha difundido en pdf, a través de su portal web (https://goo.gl/DoO6eT y también https://goo.gl/SDh83K).

A esos materiales habría que añadir otros textos de Marx no recogidos en la edición de PyP, así como los incluidos en el libro Sobre el modo de producción asiático (1969), que prologó Maurice Godelier (https://goo.gl/CYhqGL).

Marx y Engels obraron con los conocimientos de la época y a su genialidad sobre el mundo europeo unían sus limitaciones sobre otras regiones, como América Latina. El historiador marxista británico Eric Hobsbawm -quien hizo un concienzudo análisis de las fuentes utilizadas por Marx y Engels para el prólogo del libro Formaciones económicas precapitalistas (publicado por PyP en1972)- incluso demostró que los conocimientos de ambos eran “débiles” en lo relativo a la prehistoria, sociedades comunales primitivas, América precolombina.

“Virtualmente inexistentes”, asimismo, en cuanto a África; “no notable” sobre el Medio Oriente antiguo o medioeval; pero “marcadamente superior” sobre ciertas zonas del Asia, en especial la India; “pero no sobre Japón”; “bueno” en lo que se refiere a la antigüedad clásica y Edad Media europea; para su época era “sobresaliente” en lo relativo al ascenso del capitalismo.  

Además, el propio Marx tuvo equivocaciones, como la biografía sobre Simón Bolívar escrita en 1858 para The New American Cyclopedia, que se basó en fuentes secundarias de oficiales enemigos de El Libertador. Marx llegó a escribir a Engels: “La fuerza creadora de mitos, característica de la fantasía popular, en todas las épocas ha probado su eficacia inventando grandes hombres. El ejemplo más notable de este tipo es, sin duda, el de Simón Bolívar”. Es una tergiversación basada en el desconocimiento, que hoy rechazaría cualquier bolivariano latinoamericanista.

Pero en la propia URSS todavía se utilizó como válida esa biografía, y se hizo de una manera tan dogmática que la interpretación errada de Marx se reprodujo en las primeras obras sobre la historia latinoamericana a fines de los años 30, cuando creció el interés por la región alentado por los trabajos de V. Miroshevski, pionero en el latinoamericanismo soviético. Esos estudios hoy son casi imposibles de conseguir.

También era limitante la apreciación de Marx sobre el Incario, al que supuso un modo de producción parecido al “asiático”, mientras hoy está en claro, sobre todo gracias a los trabajos sobre la economía incásica de John V. Murra (1975 y 1978), que lo que hubo fue un modo de producción “andino”, ni comunista, ni socialista, como creía Louis Baudin en su publicitado libro “El imperio socialista de los Incas” (1940), quien sustenta una idea que el peruano José Carlos Mariátegui supo rebatir muchos años antes.

En cambio, el capítulo XXIV sobre “La llamada acumulación originaria” del primer tomo de El Capital es de una lucidez inigualable, pues comprende perfectamente la relación colonial y el saqueo mercantilista sobre Latinoamérica.

Los dogmatismos de todo tipo suelen confiar en que todo lo dicho por Marx y Engels es cierto y verdadero. Pero Engels siempre aclaró “Nuestra concepción de la historia es, por sobre todo, una guía para el estudio, y no una palanca para construir a la manera de los hegelianos”. De modo que lo que hay que distinguir es la teoría y metodología de Marx con respecto a las investigaciones concretas que él mismo realizó.

En su célebre “Prólogo de la Contribución a la crítica de la Economía Política” (1859), Marx dice, muy claramente, que después de una serie de estudios llegó a un “resultado general” que en adelante le sirvió de “hilo conductor” para sus estudios, y que lo resumió allí en una serie de conceptos y tesis abstractas. Entendido así el asunto, con ese “hilo conductor”, es decir, con su teoría y su método, Marx estudió el capitalismo y como resultado de esta investigación escribió El Capital.

En su obra se propuso descubrir las “leyes” que presiden o determinan el sistema y lo hizo: el eje central del capitalismo es la ley de la plusvalía; pero además descubrió otras “leyes” (es decir otras “tendencias”, como lo aclara el mismo Marx) y ante todo aquella que sirve de base para la creación de un nuevo sistema: la socialización creciente de las fuerzas productivas frente a la privatización de las relaciones de producción.

No hay duda que Marx dio a la humanidad una concepción del mundo y un análisis sobre el capitalismo, como sus mayores contribuciones intelectuales. Toca a los latinoamericanos saber utilizar el “hilo conductor” (teoría y método) de Marx para investigar la realidad específica de la región, que no puede suplirse con simples etiquetas, conceptos y abstracciones teóricas realizadas por Marx sobre la base del capitalismo europeo.

Pero a siglo y medio de la obra cumbre de Marx, en 2013 circuló el libro (el original en francés y edición en español del 2014) con un título bastante sugestivo para el presente: El Capital en el siglo XXI, del economista Thomas Piketty, director de estudios en la École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS) y profesor asociado de la Escuela de Economía de París. La obra rápidamente se convirtió en “best seller” mundial y enseguida despertó la irritación de las instituciones económicas internacionales, de una serie de economistas y de  grandes capitalistas prestos a desprestigiar los contenidos del libro de Piketty.

El Capital de Piketty ni de lejos se compara a El Capital de Marx. La obra del primero se reduce a un examen específico: la concentración de la riqueza y su distribución desde el siglo XVIII, utilizando para ello información estadística de una veintena de países. Tampoco aparece allí América Latina, aunque su autor ha aclarado que esa ausencia está motivada por la falta o dificultad para obtener estadísticas históricas como las que se halla en Europa o los Estados Unidos.

Al exitoso libro hay que unir otro que se publicó en español en 2015, titulado La crisis del capital en el siglo XXI (el original francés es de 2011), que recopila artículos escritos desde el 2004.

Piketty retoma el camino destacado por Kuznets en 1953, cuando examinó la distribución de los ingresos en los EE.UU. entre 1913-1948, pero ahora aborda el tema a largo plazo y sobre la base de considerar a los principales países del mundo.

Su obra, aunque limitada al asunto de la distribución de la riqueza, tiene el valor de examinar un impresionante material (en realidad tuvo un equipo de investigadores y colaboradores) con sentido histórico y sobre la base de fuentes primarias (declaraciones de impuestos sobre los ingresos, sucesiones patrimoniales), lo que permite entender las realidades de la economía desde una perspectiva poco o nada usual en un mundo dominado por las visiones neoliberales y cuantitativas, pues, en definitiva, combina economía e historia.

Esquemáticamente cabe señalar lo central de su argumentación: durante los “años dorados” del capitalismo, es decir, las tres décadas comprendidas entre 1950-1970, hubo crecimiento continuo y disminución de las desigualdades; pero entre 1980 y 2013, años de la “desregulación”, el crecimiento fue menor y, además, aumentaron las desigualdades, tanto en ingresos, porque un 10% de la población recibe entre 30 y 50% de los ingresos, pero sobre todo en cuanto a riqueza, es decir, en la desigualdad de patrimonios, pues apenas el 10% recibe entre 50 y 90% de la riqueza; lo cual significa que hoy los ricos son más ricos y los multimillonarios apenas representan el 1%.

Se ha retornado a una “sociedad patrimonial”, que supera el crecimiento (la tasa de retorno es mayor que la tasa de crecimiento: R>C), a pesar de que muchos de los multimillonarios no son emprendedores; y esto ha ocurrido por la desregulación financiera y estatal.

Para Piketty ello trae aparejado una serie de implicaciones políticas, porque la idea de que el Estado debe disminuir o achicar no es consistente con la evidencia empírica sino todo lo contrario: se vuelve necesario, a estas alturas del mundo, regular esa distribución/concentración negativa de la riqueza para la sociedad en su conjunto y beneficiosa para una elite económica, de manera que se requerirá apuntalar los impuestos directos y sobre todo aquellos que afectan al patrimonio, como el impuesto a las herencias. Con ello se puede lograr una redistribución de la riqueza, y mayor equidad.

Ahora bien, aunque Piketty reconoce no haber trabajado sobre América Latina, la CEPAL lo venía haciendo desde años atrás y hay varias publicaciones a las que se puede acudir: La hora de la igualdad: brechas por cerrar, caminos por abrir. (2010); Cambio estructural para la igualdad: una visión integrada del desarrollo (2012); Pactos para la igualdad: hacia un futuro sostenible (2014); Evasión tributaria en América Latina: nuevos y antiguos desafíos en la cuantificación del fenómeno en los países de la región (febrero 2016); Tributación para un crecimiento inclusivo (marzo 2016) (www.cepal.org/es).

Al recibir al economista francés en enero de 2015, Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva de la CEPAL, hizo notar la coincidencia en cuanto a las investigaciones y expresó:

“Señor Piketty, la experiencia de los modelos neoliberales aplicados en América Latina, en particular durante los años ochenta y noventa muestra que estos no solo no alcanzaron tasas de crecimiento altas y sostenidas, sino que profundizaron las desigualdades e incrementaron el deterioro en los indicadores de distribución de ingresos, además de privatizar bienes, procesos industriales y servicios de gran relevancia pública.  La concentración de la riqueza alcanzó niveles desproporcionados. De ahí la necesidad de proactivamente elaborar e implementar políticas públicas en los ámbitos fiscales, productivos y sociales”.

Y también destacó que en América Latina, en promedio, el 10% de los hogares más ricos de la región concentra 32% de los ingresos totales, mientras que, en el otro extremo, el 40% de los hogares con menores ingresos capta en promedio solo 16% del ingreso total.

En cada país latinoamericano pueden comprobarse las brechas existentes en la concentración de los ingresos y de la riqueza, que han determinado que la región sea la más inequitativa del mundo.

En Ecuador la situación es impactante, de acuerdo con la investigación “El proceso de internacionalización de los grupos económicos del Ecuador: una perspectiva histórico-económica” (2014), realizada por la Facultad de Economía de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE): en 2014, los 115 grupos económicos (hoy son 125) solo representan a 3.757 personas, pero sus ingresos equivalen al 46% del PIB del país (2012) y su cumplimiento tributario por concepto del impuesto a la renta bordea el 2,1%, aunque 23 de ellos pagan menos de U$ 1,00 de impuesto a la renta por cada 100 U$ de ingresos, es decir, su carga fiscal es inferior al 1%.

Pero lo que se requiere subrayar es que la concentración de la riqueza se agudizó durante los años ochenta y noventa a consecuencia del modelo empresarial-neoliberal.

Si El Capital de Piketty sirve a los latinoamericanos tanto como los estudios de la CEPAL es para reafirmar la necesidad de Estados interventores y reguladores de la economía y acabar definitivamente con la ideología que supone al mercado y a la empresa privada como dioses rectores para la vida de la sociedad. 

Además, sobre la base de Piketty, y más aún de la CEPAL, ya no caben dudas sobre la necesidad de fijar fuertes impuestos a los patrimonios de las élites ricas y a las ganancias de las élites empresariales, lo cual significa mayores proporciones de impuestos directos como los de herencias, plusvalías, ganancias y rentas.

Ello tiene más implicaciones políticas porque realizar semejante tarea -para la que no están dispuestos a ceder un milímetro los poseedores y concentradores de la riqueza- requiere no sólo de una correlación de fuerzas que la respalde, sino de gobernantes que tengan igualmente el suficiente poder y decisión políticos para llevar adelante esta verdadera misión histórica.

Desde 1999, cuando se inició el ciclo de gobiernos progresistas, democráticos y de nueva izquierda en América Latina, se creó el espacio que se necesitaba para imponer el Estado y los impuestos a las élites enriquecidas. Se avanzó enormemente, según lo constatan los estudios de la propia CEPAL. Aun así, el promedio de impuestos en la región es de apenas el 20% del PIB y Ecuador está todavía por debajo de esta línea, porque llega solo al 19%. Según Piketty, no hay en la historia país alguno que pueda generar mejor riqueza con menos del 20% tributario.

Si es cierto que se ha agotado, o peor aún ha llegado a su fin el  llamado ciclo de gobiernos progresistas, el problema que enfrentará América Latina en su inmediato futuro es el de la reversión de la tendencia hacia la redistribución de la riqueza junto con la detención del Estado para imponer los intereses colectivos sobre los intereses privados movidos por el simple afán de lucro y sin responsabilidades sociales.

El retorno de las derechas económicas en nada garantiza la continuidad de las políticas sociales y mucho menos la posibilidad de políticas destinadas a gravar patrimonios, ganancias y riquezas. Y desde la perspectiva del largo plazo, el camino para que el trabajo y la sociedad se impongan sobre el capital corre el peligro de que América Latina pase a otro ciclo histórico en el que nuevamente los intereses del capital se impongan a los del trabajo y la sociedad.


Quito, mayo 31 de 2016.

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