sábado, 25 de junio de 2016

Corrupción y democracia

Estamos lejos de alcanzar la utopía guevarista del “hombre nuevo”. Cambiando las relaciones sociales no se elimina siglos de avaricia, egoísmo e individualismo, que nos deja expuestos al facilismo o a ‘caer en tentación’.

Aram Aharonian / ALAI

Varios casos de corrupción que ocuparon primeras planas de los medios hegemónicos en los últimos meses, viralizados a través de las redes sociales, dejaron dos razonamientos: 1) si son gobiernos de izquierda es imposible que hayan cometido ninguna irregularidad y cualquier denuncia es parte de una estrategia de intervención imperialista, y 2) quienes dicen que si estos gobiernos de izquierda han cometido actos de corrupción, entonces, toda la izquierda es corrupta. Aclaremos: ambos razonamientos son por demás falaces y engañosos.

Lo cierto es que la izquierda abanderó durante décadas la lucha contra la corrupción y la promesa de que su llegada al poder cambiaría esa realidad, hace que su escrutinio hoy sea aún más estricto. Que la derecha hoy aprovecha los escándalos, los exacerba y utiliza políticamente… no es obviamente garantía de la honestidad de los denunciantes (lo que queda muy en claro en Brasil).

Lo más peligroso en este momento es que los ciudadanos lleguen a la conclusión de que la política es igual a corrupción.

Se suponía que la izquierda no caería en la corrupción, por principios y porque el costo sería mucho más caro que para las derechas. Sin embargo, lo que no podía pasar sucedió y no como algún hecho aislado o secundario.

Quizá la izquierda más dura y pura supuso que el cambio político y económico generaría un hombre nuevo casi de forma automática cosa que, obviamente, no sucedió, pues para ello es necesaria una revolución cultural. Para muchos estar en el sistema implicó jugar con las reglas anteriores, donde sin comprar voluntades o sin conseguir financiamientos espurios no se puede hacer política.

Tampoco faltó el nepotismo donde parientes, esposas, hijos, barraganas y amantes se beneficiaron de las cercanías al poder

Parece demasiado naif creer que se puede cambiar el sistema desde una opción ética, pero utilizando las mismas reglas del sistema a transformar. Así, la corrupción se abre paso en los gobiernos de izquierda, dañando presentes y, sobre todo, hipotecando futuros.

La falta de transparencia así como el hipercontrol burocrático facilitaron prácticas corruptas desarrolladas ampliamente, tanto de forma horizontal como vertical, permitiendo el desarrollo de favores y de clientelismo.

Muchos hablan de la corrupción como un “valor” cultural en nuestros países, de la herencia histórica. Jugar dentro del sistema capitalista significa operar con sus reglas, pero es un craso error suponer que el uso de las reglas preexistentes es algo inevitable: éstas pueden ser cambiadas, y reguladas por controles políticos, democráticos y éticos.

Debemos reconocer la existencia de sectores, grupos o individuos que ante la victoria de las izquierdas se “travisten” asumiendo discursos, estilos, formas y maneras pero que buscan obtener ventajas, privilegios o ganancias (ya Antonio Gramsci alertaba sobre este travestismo político). Operan dentro de las estructuras de los Estados y los gobiernos de izquierda medrando con sus posiciones para satisfacer su interés personal.

Estamos lejos de alcanzar la utopía guevarista del “hombre nuevo”. Cambiando las relaciones sociales no se elimina siglos de avaricia, egoísmo e individualismo, que nos deja expuestos al facilismo o a ‘caer en tentación’. Hay quienes prefieren pensar que un fin superior y loable habilita conductas inmorales. Otros, menos filosóficos, apenas otean oportunidades y se corrompen en beneficio personal.

Más democracia

Se denuncia que la corrupción se abre paso en los gobiernos de izquierda y surge como única opción la necesidad de mayor democracia: más controles democráticos, fundados en la legalidad, la justicia y la transparencia’ para revertir el problema.

La Coordinación Socialista Latinoamericana (www.cslatinoamericana.org) habla de mayores controles y represión acompañados, además, por medidas políticas previas de selección de cuadros en toda la estructura, que además de cumplir sus funciones, reciban el reconocimiento moral y material por la tarea bien realizada.

La satisfacción personal por el trabajo bien hecho debe acompañarse de incentivos que, además de la realización espiritual, permita el acceso a los bienes, lo que a su vez garantiza la solidez moral, añade.

La gestión del poder y los recursos son grandes tentaciones; es por eso que deben estar limitadas por el tiempo, por las instituciones democráticas-republicanas, y una vigorosa sociedad civil que cumpla también con un rol de vigilancia, límite y contrapeso en un concepto de democracia participativa.

El costo de la política y las millonarias campañas electorales, grandes márgenes de discrecionalidad para los funcionarios, y la falta de sanción social de la corrupción, son condicionantes mucho más poderosos que la ideología.

Lo que ha quedado en evidencia es que la corrupción es hoy el principal cáncer de la política y que puede dar al traste con el proyecto más altruista, más progresista, más comprometido con la sociedad y con el cambio.

El principal reto de las organizaciones partidarias, de los movimientos sociales y de los organismos de control del Estado es imaginar, crear, construir nuevas formas de disuasión de la corrupción y nuevos medios de vigilancia.

Quizás, lo más importante sea recuperar la ética como presupuesto esencial de la política, y de eso no hablan los medios hegemónicos, claro.

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