sábado, 7 de mayo de 2016

América Latina en tiempos de disputa hegemónica

Hoy más que nunca resulta necesario plantar cara a la ofensiva ideológica de la derecha y asumir puestos en la batalla de las ideas, para defender no a un gobierno o a un presidente, sino el derecho a ser nosotros mismos, a pensar y decidir por nuestra cuenta los rumbos que queremos seguir en América Latina.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

Frente a los vientos de tormenta y los nuevos escenarios que dan forma a la coyuntura política latinoamericana de los últimos dos años, ciertamente adversos para los gobiernos nacional-populares y progresistas, el desánimo, el desencanto y el escepticismo vuelven a presentarse como una  fuerte tentación para los ciudadanos, las organizaciones sociales, los partidos y no pocos intelectuales. Los medios de comunicación y los think tank de la derecha hacen su parte del trabajo construyendo una narrativa del fracaso de la izquierda y de la inviabilidad de los cambios y transformaciones que intenten siquiera cuestionar al capitalismo. Así, el sentido común neoliberal se instala nuevamente como regulación social, económica, política y cultural, y lentamente intentan hacernos creer –como en la década de los años 1990-  que no hay otro horizonte más que el de el reino de la libertad del dinero, los derechos de las mercancías, la esclavitud de las personas y la desigualdad inexorable. ¿Es que acaso estos 15 años de victorias sobre la derecha, de experiencias revolucionarias inéditas –con sus aciertos y errores- y de búsqueda de alternativas de desarrollo no significaron nada? ¿Las conquistas de esta década y media podrán ser borradas sin más de la memoria colectiva y de la historia de las luchas populares?

No debiéramos olvidar que el camino que nos trajo hasta el cambio de época con el que inauguramos el siglo XXI no fue sencillo. Los pueblos latinoamericanos cargaban sobre su espalda los fardos de una modernización inconclusa y de modelos de desarrollo -impulsados desde la segunda mitad del siglo XX- cuya promesa de bienestar y prosperidad resultó fallida en más de una ocasión: unas veces traicionada por sus propios impulsores, y otras tantas boicoteada por las grandes potencias, más interesadas en preservar las condiciones neocoloniales sobre las que se asienta su dominio histórico, que por la independencia y la autonomía de nuestra América. Bárbaros y subdesarrollados, nos maldijeron, y con esa suerte fuimos tejiendo la trama de nuestro desarrollo combinado, desigual y contradictorio, como bien lo han caracterizado intelectuales como el brasileño José Mauricio Domingues o el británico David Harvey.

Condenados como estábamos, nos atrevimos a pensar por nosotros mismos, y en las décadas de 1960 y 1970 fuimos capaces de construir en América Latina un rico pensamiento social, filosófico, político y económico, cuyos aportes le permitieron a varias generaciones disputar la hegemonía cultural al capitalismo y las nociones dominante del desarrollo. La teoría de la dependencia, la teología y la filosofía de la liberación, y la pedagogía del oprimido, por citar algunos ejemplos, fueron banderas de lucha en el frente de las ideas, cuando en otros campos guerrillas y organizaciones populares combatían contra dictaduras y aparatos militares apoyados por el imperialismo estadounidense.

De aquella guerra total, que tuvo como desenlace la imposición del neoliberalismo y el terrorismo de Estado en prácticamente todo el continente, y con las heridas abiertas de sus oprobiosas consecuencias sociales –del Caracazo a la Guerra del Agua en Bolivia y del levantamiento zapatista a la crisis argentina del 2001-, América Latina supo resistir, reconstituirse y pasar a la ofensiva. De la derrota militar a las sucesivas victorias electorales,  y de la fragmentación de la desesperanza a las grandes movilizaciones sociales, el siglo XXI rápidamente se perfiló como un tiempo de disputa hegemónica, de complejos y diversos ensayos posneoliberales, que permitieron repensar y discutir los dogmas y supuestos del neoliberalismo, y en no pocos casos, se logró avanzar sustancialmente en aspectos claves: la democracia representativa y delegativa empieza a dar paso a la democracia directa y participativa; los procesos constituyentes en varios países rompieron las aldabas del poder oligárquico y nuevos diseños constitucionales, surgidos de la deliberación colectiva, intentan dar respuestas a los desafíos económicos, políticos, sociales, ambientales y culturales; y las ideas de la unidad y la integración latinoamericana profunda remozaron unos procesos  que tendían a ser  cada vez más funcionales a los intereses del capital y de los Estados Unidos. 

Hoy más que nunca resulta necesario plantar cara a la ofensiva ideológica de la derecha y asumir puestos en la batalla de las ideas, para defender no a un gobierno o a un presidente, sino el derecho a ser nosotros mismos, a pensar y decidir por nuestra cuenta los rumbos que queremos seguir en América Latina. La disputa hegemónica contra el neoliberalismo está lejos de finalizar y no se puede permitir que el relato recargado del fin de la historia termine por imponerse como la voz unívoca que interprete y dé sentido a este tiempo nuestroamericano, sufrido pero también asombroso, que hemos vivido. Y que queremos seguir viviendo. 

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