sábado, 5 de marzo de 2016

Escenas norteamericanas

Los tiempos cambian y las realidades se transforman, de eso no hay ninguna duda. Sin embargo, hoy como ayer los peligros que acosan al ideal democrático y sus posibilidades de realización en Estados Unidos y en nuestra América se nos presentan bajo el doble signo del capitalismo depredador y el imperialismo que se disfraza con ropajes de sofisticación.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

Donald Trump y Hillary Clinton se perfilan como los candidatos
para las elecciones presidenciales del próximo mes de noviembre.
“Es recia, y nauseabunda, una campaña presidencial en los Estados Unidos. (…) Los políticos de oficio, puestos a echar los sucesos por donde más les aprovechen, no buscan para candidato a la Presidencia a aquel hombre ilustre cuya virtud sea de premiar, o de cuyos talentos pueda haber bien el país, sino al que por su maña o fortuna o condiciones especiales pueda, aunque esté maculado, asegurar más votos al partido, y más influjo en la administración a los que contribuyen a nombrarlo y sacarle victorioso”[1]: aunque parezca una descripción fiel del talante de la actual campaña electoral en los Estados Unidos, la cita que abre estas líneas pertenece a una crónica de José Martí del año 1885, escrita para el diario La Nación de Argentina. Forma parte de sus Escenas norteamericanas, un conjunto de textos con los que el prócer cubano pretendía describir “un aspecto singular, o momento característico de la vida de Norteamérica”[2], según consta en carta escrita a su amigo Gonzalo de Quesada y Aróstegui. En total, las Escenas comprenden cuatro volúmenes de las Obras Completas de Martí.

Adentrarse en las páginas de estos retratos de época permite dimensionar la calidad literaria de Martí como cronista, pionero del nuevo periodismo latinoamericano; al mismo tiempo, el lector asiste a una sugestiva experiencia histórica, política, sociológica y cultural, que revela la profunda dimensión analítica del prócer cubano, para exponer con rigor y agudeza su conocimiento acumulado de la sociedad estadounidense y para advertir sobre las tempranas tendencias imperialistas de la Roma americana, en el período decisivo del último cuarto del siglo XIX.

En 1881, Martí denuncia la desviación del sentido democrático de las convenciones y la perversión del valor del sufragio como consecuencia de la corrupción que se apodera, poco a poco, de los dos partidos tradicionales, en los que “se habían creado corporaciones tenaces y absorbentes, encaminadas, antes que al triunfo de los ideales políticos, al logro y goce de los empleos públicos”, proclives a participar de “escandalosos tráficos para asegurarse mutuamente la victoria en las elecciones”, impidiendo así “que interviniesen en la dirección de los partidos hombres sanos y austeros, cuya pureza no hubiera permitido los usuales manejos, o cuya competencia se temía”[3]. La aristocracia política nace así de la aristocracia del capital. 

Hacia el final de esa década, en 1899, el diagnóstico de Martí era demoledor: “lo que se ve es que va cambiando en lo real la esencia del gobierno norteamericano, y que, bajo los nombres viejos de republicanos y demócratas, sin más novedad que la de los accidentes de lugar y carácter, la república se hace cesárea e invasora, y sus métodos de gobierno vuelven, con el espíritu de clase de las monarquías, a las formas monárquicas”[4]. Y reflexionando en otra de sus crónicas sobre el genocidio de los pueblos originarios y la expansión de los Estados Unidos hacia el Pacífico –hecho clave que le da dimensiones continentales al país, y alienta entre sus élites el apetito de tierras, recursos y mercados- , Martí agregaba: “Ya campea por fin el blanco invasor en la tierra que se quedó como sin alma cuando murió en su traje de pelear y con el cuchillo sobre el pecho el que ‘no tuvo corazón para matar como a oso o como a lobo al blanco que como oso y lobo se le vino encima, con amistad en una mano y una culebra en la otra’, (…)”[5].

Por razones obvias, las Escenas no dan cuenta de los delirios xenófobos y fascistas de Donald Trump, del conservadurismo religioso de Ted Cruz, del cinismo frío y calculador de Hillary Clinton o de la improbable empresa quijotesca del joven viejo Bernie Sanders, pero la lógica de la contienda de los aspirantes a ocupar la Casa Blanca, en sus rasgos elementales, sigue siendo la misma. Los tiempos cambian y las realidades se transforman, de eso no hay ninguna duda. Sin embargo, hoy como ayer los peligros que acosan al ideal democrático y sus posibilidades de realización en Estados Unidos y en nuestra América se nos presentan bajo el doble signo del capitalismo depredador y el imperialismo que se disfraza con ropajes de sofisticación. Sea cual sea el vencedor de las elecciones presidenciales de noviembre, sea cual sea el partido que finalmente instale en Washington los intereses de sus corporaciones tenaces y absorbentes, los pueblos latinoamericanos tendremos que seguir lidiando con una potencia que se nos viene encima con amistad en una mano y una culebra en la otra.


NOTAS:

[1] Martí, J. (2001). Obras Completas. Vol X. La Habana: Centro de Estudios Martianos. Pág. 185: La Nación. Buenos Aires, 9 de mayo de 1885.
[2] Martí, J. (2001). Obras Completas. Vol XX. La Habana: Centro de Estudios Martianos. Pág. 479: A Gonzalo de Quesada. Montecristi, 1 de abril de 1895.
[3] Martí, J. (2001). Obras Completas. Vol IX. La Habana: Centro de Estudios Martianos. Pág. 164: La Opinión Nacional. Caracas, 26 de octubre de 1881.
[4] Martí, J. (2001). Obras Completas. Vol XII. La Habana: Centro de Estudios Martianos. Pág. 135: La Nación. Buenos Aires, 28 de febrero de 1889.
[5] Martí, J. (2001). Obras Completas. Vol XII. La Habana: Centro de Estudios Martianos. Pág. 206: La Opinión Pública. Montevideo, 1889.

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