sábado, 30 de enero de 2016

Costa Rica y Nicaragua: Lecciones de un drama

Hoy los litigios fronterizos han culminado con  una justa solución a la luz del derecho internacional, que ha sido acatada por ambos gobiernos. Es hora de que se inicien unas relaciones fraternas que disipen los nubarrones basados en expresiones de enemistad. Nuestros pueblos deben fraternizar.

Arnoldo Mora Rodríguez / Especial para Con Nuestra América

Las turbulentas aguas del Mar Caribe nicaragûense  han sido escenario de un espantoso drama. Unas  alegres vacaciones en uno de los lugares mas paradisíacos del planeta culminaron en un macabro final [la muerte de 13 costarricenses en un naufragio]. Pero en medio de este patético dolor se dieron gestos y actitudes que no podemos dejar de destacar. Nuestros compatriotas nunca estuvieron solos en su angustia. A su lado estuvo siempre la solidaridad del pueblo nicaragüense, cuyo espíritu  fraterno se mostró en forma espontánea. Primero fueron los lugareños, horrorizados por la magnitud de la tragedia, pero hermanados en hondos sentimientos de pena, extendiendo su brazo y abriendo su corazón a las víctimas con prontitud e impactante nobleza. Luego fue todo el pueblo nicaragüense el que no escatimó palabras y actos de solidaridad para con el nuestro. Detrás y al lado de todos los ciudadanos estuvo desde el primer momento el gobierno de Managua.

La primera dama expresó, profundamente conmovida, su pesar poniendo todos los recursos del Estado al servicio de  las víctimas y sus parientes. El Presidente Ortega se comunicó con el nuestro en gesto de sincera solidaridad. Por su parte, organizaciones benéficas y autoridades costarricenses encabezadas por el Presidente Solís y nuestra primera dama secundando a  toda la nación se unieron en estrecho abrazo para expresar el pesar que embarga al país entero. Costa Rica y Nicaragua están de duelo. Dos pueblos hermanos y vecinos lloran con el mismo llanto y sufren del mismo dolor. Un negro manto empaña el azul del cielo común mientras el suelo patrio acoge a sus hijas y recoge las lágrimas de familiares y amigos.

 Pero las tragedias suelen dejar enseñanzas. Recordemos algunas. Nuestras relaciones no deben seguir siendo las mismas. Este lamentable suceso debe convertirse en un punto de partida que haga que nuestras relaciones se enrumben por senderos de ecuanimidad y fraternidad. Acabamos de vivir momentos de gran turbulencia. Tanto en lejanas como en recientes épocas, hemos sido testigos y protagonistas de campañas de mutua animosidad. Hoy los litigios fronterizos han culminado con  una justa solución a la luz del derecho internacional, que ha sido acatada por ambos gobiernos. Es hora de que se inicien unas relaciones fraternas que disipen los nubarrones basados en expresiones de enemistad. Nuestros pueblos deben fraternizar; nuestras fronteras deben ser escenario donde se apliquen programas de desarrollo que mucho le urgen a esas poblaciones, sin olvidar que se impone, ante todo, implantar  un mayor control de las empresas que viven del turismo,  pues  este espantoso drama parece haber tenido su causa en la negligencia del dueño de la frágil embarcación que se convirtió en trampa mortal  para trece compatriotas.

Lo que se inició como una tragedia debe convertirse en un sostenido impulso, tanto de los gobiernos como de la sociedad civil, que busque  promover un turismo seguro como fuente de crecimiento económico y comprometerse en la ejecución de programas de desarrollo para las zonas fronterizas, abundantes en riquezas naturales pero tradicionalmente menospreciadas. Mas allá de las tinieblas de la muerte, debe brillar el sol de un nuevo día en las relaciones de nuestros pueblos, cuyos gobiernos deben  protagonizar gestos de hermandad e impulsar políticas de bienestar.

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