sábado, 6 de junio de 2015

Que no triunfe el gatopardismo en Guatemala

La caída de Pérez Molina sería un triunfo popular. Pero si esta crisis termina allí, sería el triunfo del gatopardismo: “que todo cambie para que todo siga igual”. El estremecimiento político que ha vivido Guatemala debe culminar en una profunda reforma política.

Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México

A fines de abril de 2015, el gobierno de Otto Pérez Molina sufría los rigores de la profunda crisis política que originaron las develaciones de la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG). Pero cabía prever que el establishment neoliberal trataría de mantener la estabilidad que se vio amenazada después de la primera de las tres masivas manifestaciones que se  han observado en Guatemala.  Esa manifestación debe haber sido  el barómetro que indicó que el gobierno tenía que tirar lastre para evitar  venirse a pique. Los sacrificios comenzaron y por supuesto la primera cabeza en caer fue la de la odiada Roxana Baldetti. Desde el 8 de mayo cuando Baldetti renunció, el presidente ha seguido haciendo sacrificios: los ministros de gobernación, energía y minas y medio ambiente han caído.  Más aun, el presidente ha dicho que ha pedido la renuncia a todos sus ministros y que esta se hará efectiva si es necesario.

En este contexto, la manifestación del sábado 30 de mayo era decisiva. Por ello fue que se esparció una campaña de rumores y llamadas desde call centers  que buscaban amedrentar a los eventuales participantes en la misma. La manifestación, decía una grabación,  la convocaban los marxistas y antiguos guerrilleros para favorecer a un partido y que habría disturbios.  Circularon volantes apócrifos  con la imagen de Sandra Torres y el logotipo de la UNE convocando a la marcha para deslegitimarla al darle un sesgo partidista. Pérez Molina acaso todavía le estaba apostando a que la indignación fuera menguando y que con ello el ánimo de participación también fuera disminuyendo. Nada de eso sucedió. Aun los cálculos conservadores dicen que ese sábado estuvieron en el momento climático alrededor de 30 mil personas. Como es sabido,  las manifestaciones comenzaron a las 6 de la mañana con jornadas de oración y culminaron en la noche con un festival de música. A las clases medias se unieron las autoridades ixiles enarbolando un cartel contra el genocidio. Desde el 20 de mayo cuando unos 5 mil campesinos arribaron a la capital para pedir la renuncia de Pérez Molina y la del vicepresidente de Guatemala, se ha acentuado un  pluriclasismo que matiza la predominancia clasemediera de las protestas.

Al anterior matiz hay que agregar que a las demandas de la renuncia de Pérez Molina se han agregado la del recién designado vicepresidente Alejandro Maldonado. Maldonado ha sido puesto allí para garantizar la continuidad del establishment neoliberal en caso de la renuncia del presidente Otto Pérez Molina. Otras demandas evidencian que el ánimo ya no se queda en el enojo contra la corrupción: suspensión del proceso electoral, reforma urgente de la Ley Electoral  y de Partidos Políticos, la extinción de dominio con enfoque social, y algo que no es menor: la demanda para convocar a una Asamblea nacional Constituyente.

La caída de Pérez Molina sería un triunfo popular. Pero si esta crisis termina allí, sería el triunfo del gatopardismo: “que todo cambie para que todo siga igual”. El estremecimiento político que ha vivido Guatemala debe culminar en una profunda reforma política.

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