sábado, 25 de abril de 2015

Costa Rica: ¿Sobrevivirá el gobierno de Luis Guillermo Solís?

A punto de cumplir su primer año, el gobierno de Luis Guillermo Solís da una imagen de derrumbe y caos. Lo cual resulta mucho más intrigante, si recordemos que un año atrás lo que teníamos era un presidente alzado en gloria por un apoyo popular arrollador ¿adónde fue a parar ése, al parecer vigoroso caudal político?

Luis Paulino Vargas Solís / http://sonarconlospiesenlatierra.blogspot.com

Acaso la respuestas deban empezar a hurgarse en el proceso electoral mismo. Quizá ahí mismo quedaron sembradas –por propia decisión de don Luis Guillermo- las semillas venenosas que luego han venido a hacer de su gobierno lo que, cada vez más, parece ser una apuesta por el desastre. Mi tesis la resumo así: siendo candidato, y al comando del Partido Acción Ciudadana (PAC), Solís optó por una fórmula estrechamente electorera, basada en dos o tres premisas principales: ofrecer “cambio”; descafeinar ese cambio a fin de inmunizarse contra la campaña del miedo desatada contra José María Villalta y el Frente Amplio; formular esa propuesta de “cambio sin amenaza” alrededor de oportunistas coaliciones de facto con sectores moderadamente conservadores desprendidos de los partidos tradicionales, en especial la Unidad Socialcristiana, y algunas representaciones del progresismo vinculado a movimientos sociales.

En buen medida, pareciera haber sido una fórmula electoralista para tratar de garantizarse el gane, más que construir una base política sólida desde la cual emprender algún proyecto cuyo contenido tuviera al menos alguna novedad apreciable, aún si sus pretensiones no fueran, ni mucho menos, revolucionarias. Se intentaba así equilibrar dos factores que, en principio, son contradictorios: el cambio y la continuidad. Lo primero intentaba satisfacer una muy generalizada demanda ciudadana. Lo segundo buscaba complacer a los sectores hegemónicos.

El reclamo por un cambio era seguramente menos difuso de lo que alguna gente pretende, al menos en cuanto sí existe un mínimo de claridad respecto de las aspiraciones básicas que le dan contenido a esa idea. En particular las siguientes: a) transparencia, honestidad, eficiencia y calidad en el manejo de los asuntos públicos; b) una reorientación de la economía que proveyera alguna mejoría, así fuera gradual, en relación con algunas preocupaciones básicas: empleo, pobreza y desigualdad; c) la pacificación en una colectividad cada vez más violenta. Y, en resumidas cuentas, recuperar la esperanza en el futuro, algo extremadamente urgente en un país donde cunde el desaliento y la desesperanza.

Ninguna de estas cosas podría cumplirse sin desagradar, en grados variables, a los poderes económicos, políticos y mediáticos dominantes. Incluso un esfuerzo decidido por establecer criterios de honestidad desagradaría a grupos de poder económico habituados a hacer buen negocio en relación con compras o inversiones del sector público. Pero avanzar en el terreno del empleo, la pobreza y la desigualdad es virtualmente imposible si no se asume el desafío de reorientar la estrategia económica vigente, lo cual desagradaría profundamente a intereses muy poderosos vinculados con la banca, el comercio importador, la especulación inmobiliaria o la inversión transnacional.

En el primer aspecto –honestidad, transparencia, eficiencia- es evidente que Solís y su gobierno han quedado en deuda. En el segundo, lo único claro es que se ha optado por darle continuidad a los aspectos definitorios de la estrategia económica prevaleciente. Ello es así en relación con tres componentes clave:

a) Las políticas sobre tratados comerciales y atracción de inversión extranjera, prácticamente privatizadas, puesto que, aparte de COMEX, son lideradas por PROCOMER –una entidad andrógina, medio privada, medio pública- y CINDE, una ONG que recibe fondos públicos pero que funciona enteramente como entidad privada.

b) Las políticas monetaria, cambiaria y bancaria en manos del Banco Central, que continúan bajo un enfoque dogmático y ortodoxo.

c) La política fiscal, donde parece optarse por una vía que profundizaría la inequidad del sistema impositivo.

Mantener intocadas tales políticas, implica mantener incólume el núcleo duro de la estrategia neoliberal. De ahí en más, los bienintencionados intentos en aspectos como la seguridad y soberanía alimentaria o el impulso de la economía social-solidaria equivalen a ponerse a jugar “jackses” en medio de un partido de rugby por el campeonato mundial.

La apuesta electoral de Solís oportunistamente priorizó el gane. Renunció así a crear la plataforma política que podría sustentar un programa serio que eventualmente tuviese la capacidad de introducir alguna modificación en ese núcleo duro. Pudo haber sido, sin excesivas pretensiones, una propuesta concebida según lo propio de la tradición histórica del reformismo costarricense, actualizada y remozada en lo que fuese necesario. Claro que esto no habría gustado a los intereses que han hegemonizado el desarrollo del país. Sería, por lo tanto, un desafío político mayúsculo. Pero no hacerlo convierte la oferta de cambio en un ejercicio retórico sin contenido ni consecuencias. Implicaría traicionar las expectativas populares –algo sumamente grave- pero asimismo arriesga renunciar a una identidad y carácter propios; o sea, hacer del gobierno Solís un gobierno más. Un lujo que, sin duda, no podría dárselo un partido y un político cuyo ascenso se alimentó de una expectativa básica: la del cambio.

Si llegó con la bandera del cambio, acaso se hacía urgente haber   clarificado lo que por tal cosa se entendía, ya desde el inicio mismo. Ese fue un reclamo que, reiteradamente, yo mismo formulé por entonces, y el cual fue sistemáticamente descalificado aduciendo que se exigía del gobierno resultados que era imposible alcanzar cuando apenas se iniciaba. Obviamente no era esa la intención. Un año después la pregunta sigue en pie: ¿en qué consiste el cambio ofrecido? Haber eludido la respuesta podría deberse a dos posible razones: jamás se tuvo claro en qué consistía tal cambio o bien simplemente se optó por archivar el compromiso asumido.

Y si bien defraudar las expectativas populares seguramente tendría consecuencias para Luis Guillermo Solís y para el PAC, al cabo la gran perdedora podría ser la democracia costarricense. Porque se estaría asestando otro golpe –quizá el más demoledor de todos- a la confianza ciudadana. No olvidemos que esa confianza es alimento indispensable para la democracia.

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