sábado, 2 de agosto de 2014

Democracia sin fin o suicidio colectivo en el neoliberalismo

Las tensiones de la coyuntura electoral brasileña, lo mismo que la extorsión de la que está siendo víctima Argentina en el caso de los llamados fondos buitres, nos alertan sobre las graves amenazas que penden sobre nuestra América y que comprometen, seriamente, la consolidación de las conquistas democráticas alcanzadas en lo que va del siglo XXI.

Los buitres del capitalismo amenazan de nuevo.
Andrés Mora Ramírez
AUNA-Costa Rica

Ese al que Frei Betto llamó con acierto el "dios mercado”, dios del capitalismo decadente de nuestro tiempo “ante el cual se doblan todas las rodillas neoliberales, incensándolo con la elevación de las tasas, la evasión de divisas, la dependencia externa”, ha vuelto a hacer de las suyas en América Latina, intentando influir en los resultados electorales y en los estados de la opinión pública, sea por medios legales o por medios espurios. Esta vez, le tocó el turno a Brasil: el Banco Santander, creado en 1857 para financiar operaciones comerciales de España en América, y que parece no renunciar a las prácticas típicas del coloniaje, divulgó entre sus clientes más ricos del país suramericano un informe en el que “sugiere” que la reelección de Dilma Rousseff podría agravar la situación de la economía brasileña.

Este inaceptable exabrupto injerencista, propio de épocas que parecían superadas en nuestra región, fue rechazado por la presidenta brasileña, quien calificó de “inadmisible” el incidente y expresó que “un país no debe aceptar una interferencia de ninguna institución financiera de ningún nivel”. El expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, actual jefe de campaña de Rousseff, también censuró la conducta del banco español y de sus analistas, a los que acusó de “no entender” nada de Brasil ni de la gestión del actual gobierno.

Es probable que este incidente reavivara en Lula los recuerdos de su campaña electoral del año 2002, cuando avanzaba como favorito en las encuestas y el dios mercado activó la máquina del miedo y desplegó todo su arsenal de estrategias propias del terrorismo financiero: Paul O’Neill, el entonces Secretario del Tesoro de los Estados Unidos, alarmaba a los mercados sobre la “incertidumbre política” a la que conduciría un triunfo del líder sindicalista; mientras que el banco JP Morgan Chase, uno de los principales responsables del fraude hipotecario que llevó a la crisis capitalista del 2008, declaraba a Brasil “el segundo país donde es más arriesgado invertir, por encima de Nigeria y Ecuador, y superado solo por Argentina”, inmolada en el altar del neoliberalismo.

Que un banco extranjero con operaciones multinacionales u otros organismos financieros internacionales se inmiscuyan, abiertamente, en un proceso electoral tampoco es una novedad. De hecho, la historia reciente de América Latina, especialmente a partir del fin de las dictaduras militares en los años 1980, está repleta de este tipo de incidentes. Banqueros y gendarmes del capital han elevado a la presidencia a tecnócratas devotos allí donde hacían falta ajustes estructurales, aperturas y privatizaciones; y también, derrocaron a gobernantes legítimamente electos por la voluntad popular expresada en el sufragio, allí donde el interés nacional, el bien común, y el bienestar de las mayorías se impusieron a la avidez de los especuladores y los grupos económicos y políticos tradicionalmente dominantes.

Las tensiones de la coyuntura electoral brasileña, que dejan entrever los alineamientos políticos y el juego de intereses de cara a los comicios del mes de octubre, en los que también se decide la posibilidad de avanzar o retroceder en los esfuerzos de construcción de un nuevo orden internacional, en un mundo multipolar; lo mismo que la extorsión de la que está siendo víctima Argentina en el caso de los llamados fondos buitres, producto de una retorcida y arbitraria interpretación de un juez, cuya aplicación podría tener repercusiones de alcance global, nos alertan sobre las graves amenazas que penden sobre nuestra América y que comprometen, seriamente, la consolidación de las conquistas democráticas alcanzadas en lo que va del siglo XXI.

Si no se profundizan los procesos nacional-populares, si no se recupera la iniciativa en la acción política, los poderes fácticos no encontrarán obstáculos para extender sus tentáculos –como ya lo están haciendo- y tomar por la fuerza aquello que han perdido, una y otra vez, en las urnas y en la movilización popular. El futuro nos plantea una encrucijada: a avanzamos en la construcción de las alternativas posneoliberales en sociedades que aspiran a vivir la democracia sin fin, o la mano invisible del mercado nos lanzará –al decir de Franz Hinkelammert- al suicidio colectivo del capitalismo neoliberal.

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