sábado, 3 de agosto de 2013

ALBA: por la unidad nuestroamericana y el mundo multipolar

En esta nueva etapa del ALBA, el desafío para los presidentes del bloque consiste en conjugar la voluntad política de sus gobiernos con las necesidades y demandas de los pueblos de sus respectivos países, y de toda la región latinoamericana y caribeña, que siguen viendo en la Alianza Bolivariana un faro de esperanza.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

“Se impone de nuevo lo que pudiéramos llamar la revancha de la política, que la política vuelva a la carga y que tome la vanguardia de los procesos de integración”. Hugo Chávez (2001).

Los presidentes Maduro, Morales, Correa y Ortega
en la Cumbre del ALBA en Guayaquil.
En un momento clave para América Latina, tanto por las dinámicas políticas y sociales a lo interno de nuestros países, como por los proyectos neoliberales que pretenden reconquistar el terreno perdido y fracturar el nuevo equilibrio de fuerzas interamericanas, la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) celebró la semana anterior su XII Cumbre en la ciudad ecuatoriana de Guayaquil.

Con la presencia de los mandatarios y representantes de los nueve países miembros, el foro del ALBA lanzó una vez más un vehemente llamado a la unidad y la integración regional, desde una perspectiva posneoliberal, antiimperialista y multipolar, como alternativa deseable y necesaria para enfrentar la doble crisis de este tiempo: la del capitalismo y la de nuestra civilización como un todo.

La de Guayaquil fue la primera cumbre oficial desde la muerte de Hugo Chávez, y los temas, propuestas y debates  protagonizados por los mandatarios constituyeron un justo homenaje a la memoria del líder bolivariano: cuestiones como la crítica a la voracidad de una inversión extranjera no ajustada al interés nacional; la falacia de los tratados de libre comercio y los mecanismos de arbitraje dominados por organismos financieros internacionales; las tensiones del desarrollo, el extractivismo y las relaciones entre naturaleza y sociedad; la permanente lucha contra la pobreza y a favor de la educación, la salud y la cultura; la creación de una Zona Económica Complementaria entre países del ALBA, del Mercosur y de Petrocaribe; lo mismo que el fortalecimiento de las relaciones con Africa y la integración Sur-Sur, ocuparon el centro de la agenda y quedaron plasmados en la Declaración del ALBA desde el Pacífico. Un claro contrapunto del sustrato ideológico y las iniciativas que promueve la Alianza del Pacífico, el eje neoliberal latinoamericano respaldado por el gobierno de Estados Unidos.

Por su parte, la declaración de la Declaración de la Cumbre de Movimientos Sociales del ALBA alentó a los gobiernos a “profundizar la construcción de una América Latina y un Caribe liberados de todo rezago de patriarcado, de racismo, de colonialismo, de neocolonialismo, del dominio del capital, del control de los emporios financieros y mediáticos y del poder de las transnacionales”, y al mismo tiempo, los instó a que se inicie “un proceso intensivo e integral para despatriarcalizar los Estados y los alentamos a avanzar sus políticas públicas y de reconocimiento de la diversidad sexual y de género, y así lograr los derechos de todas las personas a decidir libremente sobre su cuerpo y su sexualidad”.

Con sus énfasis particulares en el análisis de los problemas y sus posibles soluciones, así como en sus formas específicas de expresar los puntos de vista, ambos documentos convergen en un aspecto determinante: no es posible avanzar en el camino de una integración múltiple, diversa y nuestroamericana sin la participación activa de gobiernos y movimientos, lo que no implica rechazar la dialéctica de sus encuentros y desencuentros, sino aprovechar las fuerzas y las tensiones creativas para superar el estancamiento y romper los nudos del statu quo, de la conformidad y del burocratismo que amenazan a los procesos revolucionarios en nuestra América.

Si la firma del acuerdo de creación del ALBA en 2004, entre los gobiernos de Cuba y Venezuela, anunciaba la gestación de una perspectiva de la integración radicalmente distinta respecto de los enfoques panamericanistas dominantes en esos años, también representó una suerte de relevo generacional en las luchas antiimperialistas y latinoamericanistas en el continente: la estafeta pasaba de la figura señera de Fidel Castro al presidente Chávez, quien venía de vencer, gracias a la acción del pueblo y los militares patriotas venezolanos, el golpe de Estado y las maniobras imperialistas para sacarlo de Miraflores y acabar con su vida.

Insondable como es el destino humano, fue una enfermedad le que al cabo de una década finalmente acabó con la vida de Chávez. Pero su legado, plasmado en buena medida en lo que representa el ALBA no solo como concreción política y económica, sino también como aspiración política, cultural y social, y como horizonte de construcción de la utopía de nuestra América, sigue vigente.

Hoy, en esta nueva etapa del ALBA, el desafío para los presidentes del bloque consiste en conjugar la voluntad política de sus gobiernos con las necesidades y demandas de los pueblos de sus respectivos países, y de toda la región latinoamericana y caribeña, que siguen viendo en la Alianza Bolivariana un faro de esperanza en la larga batalla por la liberación y la segunda –y definitiva- independencia.

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