sábado, 16 de marzo de 2013

¿Y el papa negro?

Sin dudas, necesitamos algo más que iglesias fundamentalistas para mejorar nuestra humanidad. El recién elegido sumo pontífice no augura distancia de esos fundamentalismos retrógrados.

María del Carmen Culajay / Especial para Con Nuestra América

El cardenal Bergoglio el día de su
designación como Obispo de Roma.
Según las profecías de Nostradamus y San Malaquías, ahora correspondía que llegara al trono de Pedro un papa negro. Podría tomarse eso como una metáfora, una parábola a la que son tan afectos quienes se dedican a estas prácticas adivinatorias, siendo su verdadero significado un jefe de la iglesia surgido de los sectores más pobres y oprimidos, contrariamente a la interminable sucesión de papas europeos, siempre ligados a los poderes fácticos, proviniendo incluso de las juventudes nazis en algún caso, de espaldas a los más oprimidos, racistas y conservadores. De ahí que se esperara que en algún momento el sumo pontífice pudiera surgir de Latinoamérica, o del África, regiones siempre olvidadas, pobres y excluidas.

Pero a quien se eligió ahora no representa, precisamente, a los sectores pobres y humildes. De negro este nuevo papa solo tiene la conciencia. “Ojalá el Vaticano valore mi colaboración con la dictadura”, dicen que dijo Jorge Bergoglio antes de ser ungido Obispo de Roma, en alusión a su cercanía a la ultraderecha fascista que gobernó su país natal entre 1976 y 1982 y por la que esperaba una justa recompensa (el papado, nada menos).

El nuevo papa, bautizado Francisco I, está ligado a la dictadura de Argentina, la cual tiene el despreciable récord de 30,000 personas desaparecidas en sus años de tiranía, en las que se fijaron las bases para las políticas neoliberales de destrucción del Estado nacional que vendrían años después, terminada con una infame e innecesaria guerra contra Gran Bretaña que costó otras 2,000 vidas de jóvenes soldados, proyectos políticos todos estos que Bergoglio apoyó abiertamente como funcionario de la iglesia que representa.

Si alguien esperaba un sumo pontífice que retomara el mensaje del Concilio Vaticano II, un papa que hablara el lenguaje de la “opción por los pobres”, hoy ya caída en el olvido dentro de la iglesia católica, un papa progresista y no digamos ya a la izquierda, todas esas esperanzas se vieron frustradas. A quien se eligió en esa terrible guerra de poderes que representan los cónclaves papales fue un jesuita que se permitió decir en algún momento refiriéndose a la orden a la que pertenece que se debía “limpiar esa Compañía de jesuitas zurdos”.

El nuevo papa no es negro, pero sí tiene un historial negro. Declarado amigo y fervoroso simpatizante de dictadores que hoy purgan prisión por delitos de lesa humanidad, homofóbico, profundamente conservador, defensor de sacerdotes pederastas, la feligresía católica no tiene mucho de qué alegrarse con su llegada. Es innegable que el Vaticano se resiste al más mínimo cambio. Si resistió ya más de dos milenios, es porque su estructura vertical, inamovible y ultra ortodoxa no permite la más mínima variación.

¿Y para cuándo la democracia en la iglesia católica? ¿A qué católico se toma en cuenta para la elección de su jefe máximo? ¿Por qué sólo un grupo de ancianos varones, en general misóginos y homofóbicos, conservadores y ávidos de poder, eligen a puertas cerradas al papa? ¿Y las mujeres, qué papel juegan en todo esto? ¿Y los pueblos oprimidos de América Latina, qué representación tienen ahí? ¿Y los negros?

La pregunta debe llevarnos a cuestionar más de fondo las prácticas religiosas, o más aún: las instituciones religiosas. Evidentemente la gente necesita creer en algo, necesita dioses, mitos de qué agarrarse. ¿Chávez no es ya un nuevo dios? En Cuba, después de décadas de socialismo, el fervor católico, pero más aún la santería, no dan señales de desaparecer. Más allá de la religiosidad popular y la necesidad de mitos (Chávez ya ingresó a ese nivel, así como el Che Guevara, y una vez construido el mito, anda solo), lo que debe cuestionarse de raíz es la institución religiosa.

¿Por qué esta permanencia de estructuras casi militares (¡o más que militares!) que “manejan” la espiritualidad de las poblaciones? ¿Quién elige a los mandamases de las iglesias? Como toda institución, las iglesias son conservadoras. O más aún, mucho más que cualquier otra institución, dado que tienen que resguardar un credo, un dogma intocable, todas terminan siendo ultra conservadoras, monolíticas, inamovibles. En ese sentido la CIA fue muy inteligente, porque si le disputó la feligresía a la Teología de la Liberación en nuestra golpeada Latinoamérica en estos últimos años, lo supo hacer muy bien: el resultado es que nos inundamos de sectas evangélicas descentralizadas, mientras que la iglesia católica sigue pensando en la contracepción y resistiéndose a cualquier cambio. La elección de este papa de la dictadura argentina lo confirma. Las sectas neopentecostales, por el contrario, no paran de crecer…. ¡Y no necesitan de jefe supremo!

Que las instituciones religiosas son vía muerta lo demuestra lo que acaba de suceder con el presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad: ahora la jerarquía de su iglesia lo cuestiona porque… ¡tocó en público a una mujer que no era de su círculo cercano! (para el caso: la madre del fallecido presidente Hugo Chávez durante sus exequias). Sin dudas, necesitamos algo más que iglesias fundamentalistas para mejorar nuestra humanidad. El recién elegido sumo pontífice no augura distancia de esos fundamentalismos retrógrados.

La elección de un papa que de negro tiene sólo su pasado no es una buena noticia para quienes ansiamos algún cambio. Y no hay ninguna duda que…. ¡se necesitan cambios!

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