sábado, 2 de febrero de 2013

¿Pero basta la fe? A propósito de José Martí, Nuestra América y la I Cumbre CELAC-UE

Hoy que los proyectos de integración latinoamericana se enfrentan al complejo ejercicio de la unidad, la unidad política y la soberanía, pero también al de la autonomía en todas sus esferas, autonomía ciudadana,  autonomía nacional y autonomía regional, ¿cómo poner en diálogo tales retos?

Diosnara Ortega González* / Especial para Con Nuestra América
Desde La Habana, Cuba

Mariano Rajoy, jefe del gobierno neoliberal
de España,  acudió a la Cumbre CELAC-UE.
Tengo dos motivos. Primero, se cruzan, como siempre pasa en la historia y en el buen uso de la memoria histórica, fechas y hechos que encierran un contenido político para nuestros países latinoamericanos y caribeños: el 160 aniversario del natalicio del imprescindible José Martí,  el 122 aniversario del ensayo  escrito por él: Nuestra América, y la celebración de la I Cumbre CELAC-UE, en Santiago de Chile. El segundo apunta al significado de estos hechos para Cuba y el resto de América Latina y el Caribe: las preguntas que nos abren.

He releído  al apóstol, pero también al político, al padre amoroso, al hombre sencillo y justo que habita en Martí. La conmemoración el  30 de enero de otro aniversario de haber sido publicado ese gran ensayo de la historia del pensamiento político latinoamericano: Nuestra América, me evocó volver a sus páginas. Y Martí  nos acecha nuevamente, como padre precavido advierte para los tiempos que corren en estas tierras:

“Los pueblos que no se conocen han de darse prisa para conocerse, como quienes van a pelear juntos. Los que se enseñan los puños, como hermanos celosos, que quieren los dos la misma tierra, o el de casa chica, que le tiene envidia al de casa mejor, han de encajar, de modo que sean una, las dos manos”.

Hoy que los proyectos de integración latinoamericana se enfrentan al complejo ejercicio de la unidad, la unidad política y la soberanía, pero también al de la autonomía en todas sus esferas, autonomía ciudadana,  autonomía nacional y autonomía regional, ¿cómo poner en diálogo tales retos? ¿Cómo sortear los proyectos individuales y colectivos de nuestros pueblos con los proyectos políticos de nuestros gobiernos? Y más aún ¿cómo  integrar esos proyectos en caminos comunes, donde el respeto a la diferencia y la superación de las desigualdades, sean medio y fin políticos, económicos, sociales, ambientales, culturales?

Martí nos habla sabiamente y nos deja una primera herramienta que no debemos abandonar nunca, menos en los momentos más difíciles: la fe, la fuerza irrenunciable en la fe. Una fe que nos devuelva a nosotros/as mismos/a, fe en nuestra historia, en nuestro trabajo diario, en nuestros sueños y también la fe en el/la otro/a, un/a otro/a diferente y también opuesto. “Los que no tienen fe en su tierra son hombres de siete meses. Porque les falta el valor a ellos, se lo niegan  a los demás”.

¿Pero basta la fe? La fe empuja pueblos, sin ella no podríamos andar, pero también se necesita del hacer, un hacer diario en el que se crucen las tensiones de nuestros proyectos de liberación e integración. Porque sí, los proyectos progresistas que vive una parte de nuestra América, no pueden quedarse en eso, progresistas, también tienen y tendrán que ser de liberación. La liberación de una cultura naturalizada en nuestras mentes y almas: la del capital.

Es alto riesgo y reto para nuestras sociedades, y claro se ha dicho tanto, que puede quedarse ahí, en una sentencia repetida y con la que seguimos bajo el brazo a nuevo puerto.

Al revisar la recién firmada Declaración de Santiago (http://www.cooperativa.cl), asaltan las preguntas: ¿Cómo harán nuestros gobiernos para pasar del ámbito declarativo a la implementación de políticas y acciones concretas? ¿Será esta solo una responsabilidad de nuestros gobiernos, o nosotros, pueblos americanos, tendremos que reinventar nuevas formas de socialización y movilización que también escapen a los enquistamientos declarativos? ¿Cuáles serán los cómos que lleven a feliz término los 47 acuerdos de la Cumbre?

Martí nos dice:

“Las ideas absolutas, para no caer por un yerro de forma, han de ponerse en formas relativas; que la libertad, para ser viable, tiene que ser sincera y plena; que si la república no abre los brazos a todos y adelanta con todos, muere la república”.

Otra pregunta: ¿regiones tan desiguales, con proyectos políticos tan diferentes como la Unión Europea y América Latina y el Caribe, cómo podrán establecer un instrumento regulatorio que vele por el ejercicio de relaciones justas, equitativas, y provechosas para nuestros pueblos?

En el punto 11 la Declaración confirma: Reiteramos nuestro compromiso de evitar el proteccionismo en todas sus formas. Seguimos decididos a favorecer un sistema de comercio  multilateral  abierto y no discriminatorio, basado en reglas y a respetar plenamente sus disciplinas, y reconocemos su contribución en la promoción de la recuperación de la crisis económica y en la promoción del crecimiento y desarrollo en consonancia con el principio de trato especial y diferenciado para los países en desarrollo”.

El problema no está en “el proteccionismo”, sino a quien o quienes se protege y con qué fines. El proteccionismo es necesario para luchar contra la pobreza multiforme de nuestras sociedades, para resguardar nuestras economías frente a un sistema hegemónico desigual basado en las relaciones de dependencia.

Cuando más adelante en su punto 39 la Declaración apuesta por un desarrollo sostenido al compás de la protección del medio ambiente “promoviendo la inclusión y la equidad social”, pierde la posibilidad de salir de la lógica del capitalismo verde. No es posible poner en diálogo crecimiento económico, desarrollo sostenido, protección del medio ambiente, inclusión y equidad social, porque son procesos antagónicos, la existencia de unos implica la ausencia de otros.

El socialismo del siglo XXI tendrá que distanciarse del capitalismo del siglo XXI: el capitalismo verde, y cuidar de no confundirse en sus ropajes.

Buenos intentos serían si nuestros gobiernos se profundizan en sus vínculos con las bases sociales, si Estado-Gobierno y Pueblo, se reinventan en un todo donde se ensanchen cada vez el poder popular, de las mayorías.

Y Martí vuelve:

“El gobierno ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de ser el del país. La forma del gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país. El gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales del país”.

Entonces, ¿basta la fe cuando tantos peligros de discurso y de pensamiento, de ideología y práctica acechan los caminos de la integración latinoamericana y caribeña? Para este hombre universal la fe es vida, es posibilidad, pero para él “la salvación está en crear”.

27 enero 2013



* Investigadora social. Msc. Psicología social y comunitaria. Socióloga. Investigadora del ICIC Juan Marinello

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