sábado, 8 de octubre de 2011

Bolivia: Mandar obedeciendo

La disputa, la discusión de ideas y el debate; la protesta y la crítica son mecanismos esenciales e irrenunciables que tiene la izquierda para llamar la atención de los que mandan y a veces no obedecen. La monolítica y acrítica aceptación de “la línea” que viene de arriba es de triste memoria en la izquierda no solo latinoamericana.

Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica

rafaelcuevasmolina@hotmail.com

En Bolivia se lleva a cabo uno de los procesos de transformación social más interesantes de América Latina. Una de las razones para que esto sea así es la existencia de un importante contingente indígena con una visión de mundo propia, distinta en mucho del punto de vista dominante, occidental.

Las ideas más interesantes, verdaderamente alternativas, al mal desarrollo prevaleciente, provienen de ese ancestral pensamiento original de Nuestra América, que cobra inusitada vigencia en nuestras actuales circunstancias de crisis generalizada y múltiple.

Una de estas ideas proviene de la práctica política de la vida comunitaria, el mandar obedeciendo, que significa, entre otras cosas, una concepción del liderazgo subordinado a los designios de la comunidad. En este sentido, quien “está arriba” no lo está en el sentido de ser el que manda, sino que es la cabeza visible que ejecuta el mandato de los más.

El líder, pues, lo es por sus características especiales que le hacen idóneo para hacer realidad lo que se gesta desde abajo; para ser canal, medio, correa de trasmisión que sabe poner en movimiento los mecanismos que lleven a la concreción de lo que la comunidad necesita.

Evo Morales ha remarcado sobre esta idea en repetidas oportunidades, antes incluso de ser presidente de su país, cuando como dirigente cocalero participaba del movimiento social que, al final de cuentas, lo catapultó a la presidencia.

En ese sentido, marcando la pauta de ese tipo de liderazgo, Evo ha podido sortear grandes retos que le ha planteado la furibunda derecha boliviana. La batalla librada contra los cambas racistas de los departamentos de la media luna oriental del país: Santa Cruz, Beni, Pando y Tarija, es uno de muchos los ejemplos en este sentido.

Evo ha podido sortear estos escollos porque se encuentra fuertemente vinculado y apoyado por buena parte del movimiento popular del país. Éstos, son herederos de una de las tradiciones de lucha obrera y étnica más fuertes de nuestra región. Recuérdese en este sentido a la combativa Central Obrera Boliviana (COB) y, más recientemente, al movimiento étnico y popular que no cejó hasta que uno de los suyos llegó al poder del Estado.

Como bien apunta Raúl Zibechi en un artículo que publicamos en esta misma revista la semana pasada (Bolivia: la obstinada potencia de la descolonización), es difícil encontrar un movimiento popular con la energía y el potencial que tiene el boliviano. También es difícil encontrar uno con el conocimiento o la intuición tan claras del tipo de desarrollo que no quieren, ese que nuestros países vienen persiguiendo como una quimera nunca alcanzada, y que siempre va a la zaga de lo que se piensa y dicta en otras latitudes ajenas a lo nuestro, a nuestros intereses y necesidades.

La rebelde obstinación de una parte del movimiento étnico boliviano que en los últimos días se ha movilizado en contra de la construcción de la carretera transamazónica pone de relieve los dos puntos centrales en torno a los cuales giran estas líneas: la primera, que no todo “desarrollo” es bueno y que en Bolivia hay potencial y reservas para pensarlo de otra forma a como se ha hecho hasta ahora; la segunda, que cuando esa idea no es atendida “arriba”, hay que recordárselo para que corrijan el rumbo y enderecen el barco. Esto último es lo que le están recordando a Evo sus compatriotas y congéneres, y por eso debe escucharlos para poder ser fiel medio canalizador en su papel de mandar obedeciendo.

La disputa, la discusión de ideas y el debate; la protesta y la crítica son mecanismos esenciales e irrenunciables que tiene la izquierda para llamar la atención de los que mandan y a veces no obedecen. La monolítica y acrítica aceptación de “la línea” que viene de arriba es de triste memoria en la izquierda no solo latinoamericana. La democracia participativa implica no acallar sino, al contrario, estimular el intercambio de opiniones, la variedad de propuestas, los distintos puntos de vista.

Por eso sorprende lo dicho por el compañero Emir Sader en el artículo Cuervos y buitres que reproducimos en esta entrega de Con Nuestra América. Apostar por la unanimidad acrítica ha sido un error, como ya lo ha comprobado y expresado abiertamente Raúl Castro en Cuba. ¿Por qué habríamos de plegarnos a ella en esa realidad tan rica y controversial que vive hoy América Latina?

Todo lo contrario; parafraseando al Che, hay que crear uno, dos, muchos focos de debate, de crítica, de pensamiento. A los latinoamericanos nos ha faltado mucho pensar con cabeza propia, dejar la copianditis que nos atrofia y abocarnos a las propuestas en un marco de efervescencia.

Seguramente que mucho erraremos pero, al decir de Martí, lo beberemos con gusto como nuestro vino aunque esté agrio.

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