sábado, 17 de abril de 2010

Valenzuela y la diplomacia hipócrita

Es incuestionable que los países latinoamericanos deberían invertir más dinero en desarrollo humano que en armas. Sobre esto existe consenso casi universal. Pero la Casa Blanca hace todo lo contrario de lo que predican sus diplomáticos por el mundo.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

(En la fotografía, Arturo Valenzuela)

Fue Emir Sader, el sociólogo brasileño y secretario ejecutivo de CLACSO, quien bautizó a Arturo Valenzuela, el Secretario de Estado Adjunto de EE.UU para el Hemisferio Occidental, como el hijo del golpe de Estado en Honduras. Y más específicamente, hijo de las negociaciones a lo interno del Congreso estadounidense, que terminaron por obligar al presidente Barack Obama a revertir su inicial condena y claudicar ante los golpistas. Ahora Valenzuela, con sus declaraciones en la reciente gira por América Latina, le da la razón a Sader.

Por un lado, el diplomático reforzó la campaña de “blanqueo” del golpe de Estado en Honduras, que pretende hacer pasar por “democracia” todo lo que allí se ha ensayado desde junio de 2009, e instó a la comunidad internacional a favorecer el regreso de ese país a la Organización de Estados Americanos. Según Valenzuela, el gobierno de Porfirio Lobo ya cumplió con todos los requisitos exigidos por este organismo para restablecer el orden democrático (Revista Contrapunto, 07-04-2010). Es el discurso que replican a coro los presidentes centroamericanos.

Aquí, sin embargo, el orden democrático parece estar inexorablemente ligado a la sujeción, cada vez más profunda, de Honduras a la geopolítica estadounidense. Basta un ejemplo: tan solo un día después de que Valenzuela hiciera públicas sus posiciones, ese oscuro personaje de la diplomacia norteamericana, Hugo Llorens, embajador en Tegucigalpa, inauguraba una base naval de los EE.UU en el departamento hondureño de Gracias a Dios, fronterizo con Nicaragua (Telesur, 08-04-2010). La versión oficial dirá que es una base para la guerra contra el narcotráfico. Pero es evidente que se trata de un punto más de apoyo para las operaciones militares de los EE.UU en el Caribe, y que forman parte de la estrategia de cerco que se impone a Cuba, Nicaragua y Venezuela. Todos ellos países del grupo de la Alianza Bolivariana de las Américas (ALBA).

Y el ALBA fue, sin decirlo abiertamente, el segundo objetivo de la gira de Valenzuela. A su paso por Quito, el funcionario del Departamento de Estado, con su clásica ambigüedad, no desaprovechó la menor oportunidad para lanzar duras críticas contra lo que definió como “discursos agresivos”, “la lógica armamentista” y el aumento del gasto militar en varios países de la región (Revista Contrapunto, 07-04-2010, La Jornada, 08-04-2010).

Es decir, la misma línea editorial que siguen los principales grupos empresariales de medios de comunicación de América Latina, cuyos periodistas “independientes”, columnistas y analistas que escriben desde los think tanks de Washigton, apuntan a crear corrientes de opinión según las cuales países como Venezuela o Nicaragua, debido al gasto que realizan para modernizar sus armamentos, se convierten en amenazas–ideológicas y militares- inminentes para sus vecinos.

Este bombardeo sobre la opinión pública, por supuesto, deliberadamente omite referirse a los aliados militares o comerciales de los EE.UU, cuyo gasto militar –en relación con el producto interno bruto (PIB)- supera por mucho a cualquiera de los países del ALBA.

Eleazar Díaz Rangel, director del diario Últimas Noticias de Venezuela, demostró en su columna dominical (“El armamentismo”, 11-04-2010) la falsedad de los argumentos y la manipulación de la verdad que se realiza a través de esta otra campaña.

Apoyado en datos de una investigación del International Peace Research Institute (Sipri), de Estocolmo, que comparó la inversión en gasto militar como porcentaje del PIB por países en América del Sur, entre 1968 y 2008, el periodista concluye que: “sólo dos países (Colombia y Chile) han incrementado el presupuesto militar en relación al PIB, mientras, por ejemplo, Venezuela, acusada de encabezar una carrera armamentista, lo ha disminuido sensiblemente (de 2,1 a 1,3); también lo han hecho Argentina, Brasil, México y Perú. En cambio, si se comparan los porcentajes del PIB dedicados a educación y salud, Venezuela tiene los porcentajes más altos de toda la región, comprobados por la UNESCO” (el resaltado es nuestro).

Es incuestionable que los países latinoamericanos deberían invertir más dinero en desarrollo humano que en armas. Sobre esto existe consenso casi universal. Pero la Casa Blanca hace todo lo contrario de lo que predican sus diplomáticos por el mundo: mientras Valenzuela imparte conferencias por el continente, EE.UU y Brasil firmaron, el pasado 12 de abril, un Acuerdo de Cooperación en Defensa que, precisamente, crea un marco de entendimiento para aumentar el intercambio comercial de material bélico entre ambos países (Página/12, 13-04-2010). ¿Quién promueve, entonces, el armamentismo?

Díaz Rangel también pone en evidencia esto que nosotros llamamos “diplomacia hipócrita”, cuando explica que “de los 51 mil 100 millones de dólares en venta de armas en 2007, EE.UU vendió 12.800 millones y, como lo recordó el premier Vladimir Putin, el presupuesto militar de EE.UU vigente para este año (820 mil millones) es superior al de todos los demás países juntos. Lo más grave es el uso que le dan a esas armas en países como Irak y Afganistán”.

Ni la ambigüedad ni el doble discurso de sus diplomáticos logra atenuar el impacto de las acciones concretas del Departamento de Estado y el Pentágono. Para quienes todavía lo recuerden, no puede resultar más que frustrante comparar las declaraciones del presidente estadounidense cuando, recién inaugurado su mandato, anunciaba una nueva era en las relaciones con América Latina, con lo que han sido los hechos concretos de su política exterior interamericana y la diplomacia hipócrita de su administración, al cabo de un poco más de un año de gobierno.

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