sábado, 17 de abril de 2010

Costa Rica: apaleando las bases del consenso

Un nuevo proyecto está pisoteando las bases ideológico-culturales que han permitido la articulación del Estado costarricense tal como ha sido hasta ahora. Eje ideológico articulador de tal proyecto ha sido, entre otros, el actual señor presidente de la República, el doctor Oscar Arias Sánchez, quien durante su campaña presidencial abogó porque en el país se estructurara lo que llamó una “dictadura en democracia”.
Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Cota Rica
rafaelcuevasmolina@hotmail.com
(Ilustración tomada de www.elpais.cr)
En Costa Rica, el historiador Iván Molina es uno de los más acuciosos estudiosos del nacionalismo costarricense. En el libro que escribió junto a Steven Palmer, Costa Rica, del siglo XX al XXI –historia de una sociedad[1], muestra cómo, desde el último tercio del siglo XIX y a lo largo de todo el siglo XX, las clases dominantes costarricenses se dieron a la tarea de construir un imaginario nacional ampliamente compartido por los sectores populares, afianzado en una serie de políticas económicas y sociales que permitieron erigir una sociedad sin dramáticas brechas sociales como en la mayoría de países del resto de América Latina. Se construyó, entonces, con una amplia base consensual.
Gran parte de ese consenso, sin embargo, se basa en un imaginario que niega la realidad e inventa otra. A lo largo de todo el siglo pasado, artistas, escritores e intelectuales se han dado a la tarea de “imaginar” esa otra Costa Rica, acorde con ideales que, como tal, se acercan más a lo que los ticos quisieran ser que a lo que realmente son.
Algunos de los costarricenses que no han querido ver al rey desnudo han debido emigrar a otros lares, pues la vida en la pequeña y autocomplaciente arcadia centroamericana se les tornaba difícil. Ese fue el caso de la escritora Yolanda Oreamuno, excluida durante muchos años del canon literario costarricense por su visión personal “desviada” del mainstream nacional. Ella acuñó un término, que, por cierto, Molina rescata en el título de uno de sus libros, para caracterizar la forma como en el país conciben su régimen político: demoperfectocracia.
La demoperfectocracia costarricense tiene, pues, una fuerte dosis ideológico-cultural entre sus componentes, que funciona, en muy buena medida, como cemento que une y sostiene las partes del conjunto. Este “cemento aglutinador” ha conocido distintos momentos de perfeccionamiento a través de más de cien años, logrando, incluso, incorporar proyectos alternativos a él que han nacido de sectores contestarios.
Fue precisamente eso lo que sucedió, por ejemplo, cuando intelectuales que abrazaron idearios anarquistas y socialistas adoptaron en los años 20 el discurso de la “cuestión social” y fomentaron vínculos con las organizaciones de trabajadores. Fueron, sin embargo, cooptados por el Estado en los siguientes 20 años; como, por demás, sucedió también con otros proyectos alternativos, o cuando menos distintos al liberal o socialdemócrata dominantes.
La fortaleza de esta cultura nacionalista afianzada sobre la cooptación (de individuos y grupo sociales) ha sido puesta a prueba a finales del siglo XX y principios del XXI. Dice Iván Molina que seguramente se tendrá que reconfigurar ante la creciente presencia de una cultura consumista transnacionalizada, dominada por el neón y la tarjeta de crédito, que caracteriza “la urbanizada y “mall-cétrica” economía costarricense de inicios del nuevo milenio”[2].
Si a lo que estamos asistiendo es a una reconfiguración de ese mundo simbólico, no debe extrañar que distintas fuerzas pugnen por hacer prevalecer su propio proyecto. A ojo de pájaro, sin pretender ser exhaustivo, se perfilan dos: la que busca construir sobre las bases de lo que ya ha sido para profundizarlo; y la que piensa que sería mejor hacer borrón y cuenta nueva.
A inicios de la semana que termina, con la excusa de perseguir a un policía de tránsito que había sido acusado de recibir un soborno (hecho que a la postre no se pudo probar), alrededor de 60 agentes del Organismo de Investigación Judicial (OIJ) irrumpieron de manera violenta en las instalaciones del Campus “Rodrigo Facio”, sede de la más grande y prestigiosa institución de educación superior del país, la Universidad de Costa Rica.
En su irrupción, los agentes golpearon estudiantes y profesores y tomaron presos a varios de ellos. Se comportaron como verdaderos matones. Nunca en la historia de esa institución había sucedido algo parecido.
Los medios de comunicación, especialmente los televisados, estructuraron un discurso que prácticamente equiparaba a dicha universidad con un santuario protector de maleantes y criminales, y a sus estudiantes y profesores con delincuentes.
Acorde con su tradición, los costarricenses se trenzaron posteriormente en una discusión de carácter jurídico-legal sobre la autonomía, la soberanía y otros conceptos parecidos. Unos apelan a una tradición que en el continente puede rastrearse hasta la Reforma de Córdoba, y otros aducen que la universidad no es un Estado dentro de otro, como si fuera un Vaticano.
Pueden seguir discutiendo hasta las Calendas griegas. El punto no es ese. El quid de la cuestión está en que el proyecto que piensa hacer borrón y cuenta nueva está afianzándose en el país, y lo está haciendo pisoteando las bases ideológico-culturales que han permitido la articulación del Estado costarricense tal como ha sido hasta ahora. Es decir, están pasándole por encima a una tradición.
Eje ideológico articulador de tal proyecto ha sido, entre otros, el actual señor presidente de la República, el doctor Oscar Arias Sánchez, quien durante su campaña presidencial abogó porque en el país se estructurara lo que llamó una “dictadura en democracia”. Es que, señores, ¡el pueblo se está volviendo ingobernable!
La irrupción violenta a las instalaciones de la Universidad de Costa Rica de fuerzas represivas del Estado marcan un hito en el devenir de la “forma de ser” costarricense. Expresa un quiebre peligroso que abre la caja de Pandora y, como se sabe, después nadie podrá cerrarla.

NOTAS
[1] . Iván Molina ySteven Palmer; Costa Rica del siglo XX al XXI –historia e una sociedad; Editorial EUNED; San José; 2005.
[2] . Op.cit.; p. 92.

1 comentario:

Guiselle Román López dijo...

Lastimosamente el proyecto de Oscar Arias y su régimen autoritario, lo que Brian González ha llamado "tiranía en la democracia", acude a las fuerzas represivas de larga tradición deshumanizadora - aplicada en distintos momentos de la historia latinomaericana-, como su gran caballo de batalla. Cuando supe de los hechos de la UCR, de ese 12-04 de violación flagrante a cualquier expresión de los derechos humanos, institucionales, y jurídicos...no sé por qué, recordé rápidamente a la centroamerica de la década del 80, a Chile, a Uruguay a Argentina...que triste, que terrible, que ironía que un premio nóbel de la paz sea tan desgraciadamente anti paz....anti diálogo, anti todo lo que conduzca a uan vedadera democracia...