sábado, 28 de noviembre de 2009

Centroamérica: la historia como tragedia y farsa.

¿Será posible algún día realizar transformaciones reales y profundas en paz ? ¿Hasta cuándo la democracia en la región dejará de ser eso que Héctor Pérez-Brignoli llamó alguna vez “un inmenso monólogo de las clases dominantes consigo mismas”?
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Finalmente, la crisis en Honduras se decantó hacia el peor de los escenarios posibles para los sectores populares de ese país y de toda la región. El coro de Washington siguió fielmente el estribillo y los gobiernos de Costa Rica, Panamá, Perú y Colombia anunciaron que reconocerán los resultados de unas elecciones prostituidas, que tendrán para siempre la mancha del golpe de Estado perpetrado contra el gobierno de Manuel Zelaya, y principalmente, de la sangre de los caídos en la heroica resistencia del pueblo hondureño.
Si a inicios del 2009 saludábamos con entusiasmo –ingenuos, quizá- lo que se insinuaba como un acercamiento de Centroamérica a la corriente progresista que ascendía desde América del Sur, tal como lo sugerían la incorporación de Nicaragua y Honduras a la Alianza Bolivariana de las Américas, la victoria electoral del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional en El Salvador, o el restablecimiento de relaciones diplomáticas de este país y Costa Rica con Cuba; hoy no podemos sino reconocer que el panorama cambió radicalmente: la derecha superó su desconcierto estratégico, tomó la iniciativa política y, al mejor estilo de su tradición oligárquica, prometió tributos al imperialismo a cambio de la impunidad de sus fechorías.
Las consecuencias de esta nueva correlación de fuerzas ya se hacen sentir y proyectan su sombra sobre el futuro de la región. Así lo vemos en el protagonismo que han adquirido figuras como los presidentes Oscar Arias en Costa Rica, Ricardo Martinelli en Panamá, y ahora el espurio Porfirio Lobo en Honduras –quien pescó en el río revuelto por los golpistas-, junto al opositor Eduardo Montealegre en Nicaragua, quienes desempeñan su papel en la estrategia de Washington para desestabilizar a América Latina.
En línea directa con esa estrategia –dividir para vencer-, las fuerzas de la reacción, acicateadas por las posiciones asumidas por el gobierno de Martinelli, multiplican esfuerzos para lograr el definitivo descarrilamiento de la integración centroamericana, proceso ya de por sí complejo y que se encuentra en cuidados intensivos.
Basta con mencionar lo sucedido a escasos días de celebrarse las elecciones en Honduras: el presidente Arias, quien además ejerce la presidencia pro témpore del Sistema de Integración Centroamericana (SICA), dispuso suspender la cumbre de mandatarios prevista para el mes de diciembre. La Cancillería costarricense se limitó a informar a sus pares, mediante un escueto comunicado, que las “complejidades presentadas en el ejercicio de la presidencia pro témpore por todos conocidas y demás dificultades” impedían la organización de la cita. No obstante, este hecho solo confirma que, en las actuales condiciones, resulta imposible entablar un diálogo centroamericano que no esté regido por el guión de Washington y las desconfianzas y recriminaciones mutuas.
Por otra parte, en los medios de comunicación hegemónicos sube cada vez más el tono de un virulento discurso anticomunista (que en Centroamérica, históricamente, no significa otra cosa sino la aniquilación de la pluralidad política y, casi literalmente, la aniquilación física del otro), lo que alienta el surgimiento de redentores de la patria entre las filas del empresariado centroamericano. De tal suerte, magnates financieros y comerciales, abogados representantes de casinos y casas de apuestas extranjeras, adalides de las oligarquías criollas o devotos funcionarios y funcionarias del statu quo, se presentan como los elegidos para conducir los destinos de una región que –insistimos- se fragmenta poco a poco.
Este nuevo escenario de “estabilidad” neoliberal/imperial y de contención social que se va imponiendo en Centroamérica, afianzará las posiciones de Estados Unidos en eso que hemos llamado la Mesoamérica “ampliada”: el territorio geoestratégico que va de México a Colombia.
La persistencia de la hegemonía norteamericana sobre nuestros países, en personajes tan oscuros como los embajadores Hugo Llorens en Tegucigalpa, o Robert Callahan en Managua, trae consigo la amenaza de nuevos golpes de Estado: ahora, con “soluciones de diálogo” incluidas, exilio forzado de presidentes, asesinato de líderes sociales, y con la comunidad internacional y los foros regionales reducidos a simples espectadores de opereta.
Quisiéramos no tener que decirlo, pero la realidad se impone: en Centroamérica, el poder sigue en las manos de los siempre, a saber, los poderes militar y económico. A 22 años de la firma de los Acuerdos de Paz de Esquipulas, nos preguntamos: ¿será posible algún día realizar transformaciones reales y profundas en paz? ¿Hasta cuándo la democracia en la región dejará de ser eso que Héctor Pérez-Brignoli llamó alguna vez “un inmenso monólogo de las clases dominantes consigo mismas”?
Los pueblos seguirán luchando, estamos seguros de ello. Pero duele, hondamente, comprobar que la historia centroamericana, una vez más, se repite como tragedia y farsa.

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