sábado, 26 de septiembre de 2009

La hora de Honduras

Honduras se ha convertido de pronto en clave definitoria para la defensa de la voluntad política que los pueblos de nuestra América han convertido en transformación práctica y experimento social. Los oprimidos de la sociedad hondureña han demostrado comprenderlo y no estar dispuestos a plegarse a la usurpación.
Aurelio Alonso / LA VENTANA
Avanzar hasta el final: esa es ahora, para las víctimas de la usurpación, la prueba decisiva. Zelaya logró regresar al fin a Tegucigalpa y mantenerse en su suelo, momentáneamente al amparo de la inmunidad del asilo diplomático, y del respaldo decidido de su pueblo, cuya movilización por sacudirse el desatino golpista no ha cejado en ochenta y siete días, y se congrega ahora ante la embajada. Los días que vienen serán días decisivos. El paso para que Mel junte su tiempo al tiempo de la historia se ha puesto a la vista.
Ya no hay cabida para retrocesos: el más mínimo signo de inseguridad podría tirar ahora por la borda el sacrificio del pueblo hondureño. A la comunidad internacional le toca solamente respaldar en voz alta y sin descanso los caminos que allanen la realización de la voluntad popular, en los foros internacionales y en las plazas públicas; le toca mostrar que el repudio a los golpistas no ha perdido vigor, y que no hay perdón para la escualidez entreguista.
La administración Obama se juega su credibilidad ante la América Latina con este test definitorio que reclama, de su parte, la retirada total e incondicional de cualquier gesto de reconocimiento o apoyo a los golpistas. En el plano político, en el militar y en el económico, lo que implica también en el diplomático, por ser el rostro de todo lo demás. No lo hizo con claridad y coherencia desde el comienzo, y prefirió concentrar su influencia en promover una negociación que siempre se mostró inviable.
La esperanza de Washington en la propuesta de San José ha perdido sentido, si es que alguna vez lo tuvo, al ser sistemáticamente desestimada por los golpistas, y ganar fuerza las demandas del pueblo, que incluyen la restitución incondicional del presidente, y la prórroga de las elecciones presidenciales por el tiempo que haya durado el despojo golpista. Y ahora todavía más, la convocatoria de una Asamblea Constituyente. La votación por la cuarta urna se está dando en las calles de las ciudades del país.
En cualquier caso, no hay que confiar ya en los resultados de la buena fe del presidente Obama para actuar con cordura de cara a la crisis hondureña, después de conocerse del acuerdo de las siete nuevas bases militares de los Estados Unidos en Colombia. Habrá que pensar con dolor en prepararse incluso para la masacre, si los usurpadores persisten, porque el presidente de Honduras, el único legítimo, no está en la embajada de Brasil para perpetuar su asilo, sino para franquear la puerta que le separa del pueblo y de la nación, y volver a gobernar como le corresponde.
Quizás por vez primera esté viviendo nuestra América el espectáculo de un presidente depuesto que no se asila para escaparse del peligro de las armas golpistas, sino que retorna a poner su vida en juego por el mandato que su pueblo le confirió.
La crisis hondureña no resultó el paseo que oligarcas y militares desleales a la Constitución habían previsto. Expulsar al presidente no proporcionó está vez una coartada de legitimación. Honduras se ha convertido de pronto en clave definitoria para la defensa de la voluntad política que los pueblos de nuestra América han convertido en transformación práctica y experimento social. Los oprimidos de la sociedad hondureña han demostrado comprenderlo y no estar dispuestos a plegarse a la usurpación.
La actuación de los organismos internacionales no puede demorar más. Las fuerzas militares se declaran dispuestas a todo, y todo es matar, y matar en masa y no de uno en fondo. Como suele suceder en estos casos, los usurpadores han terminado por creerse legitimados por la fuerza. En el fondo el apoyo tácito envuelto en las inconsistencias mostradas desde Washington y la pantomima de Oscar Arias les han ayudado a ello.
No obstante, la masacre puede aun impedirse, aunque está claro que no podría ser a costa de reconocimiento de tipo alguno a los usurpadores. En realidad, nada habría que negociar con ellos y el pueblo hondureño lo sabe. Ni en modo alguno se justificaría dejar la apariencia de que les toca poner las reglas de la solución. Son ellos quienes tendrían que someterse al rigor de la justicia, y de ningún modo el presidente legítimo, como pretenden. Ellos los que deberán estar sujetos a gestos de clemencia…, si en definitiva se los ganan.
22 de septiembre de 2009

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