sábado, 1 de agosto de 2009

Violencia

El problema es que la violencia que genera esta sociedad terminal en la que vivimos puede llevarnos, también, al final de todo. Es decir, al final de la especie humana. Apocalíptico, pensará más de uno. Puede ser, pero las señales son claras y son muchas, y el tren que lleva al precipicio parece seguir, bufante, a todo vapor, hacia adelante.
Rafael Cuevas Molina/AUNA-Costa Rica
(Ilustración: "El grito nº 3", de Osvaldo Guayasamín, 1983).
El fantasma de la violencia asola a América Latina. No hay país ni resquicio social que esté a salvo y parece que no existe lugar para refugiarse pues, aún tras las paredes del sacrosanto hogar, crece la agresión contra los más débiles, los niños, o contra los ancianos y las mujeres.
Dice Mayra Buvinic que la incidencia de la violencia interpersonal aumentó considerablemente entre mediados de la década de los ochenta y mediados de la década de los noventa; la tasa de homicidios promedio en la región se elevó en más de un 80%, a lo que agrega que América Latina y el Caribe es la región con la mayor tasa de homicidios promedio por habitante: 27,5 homicidios por cada 100.000 habitantes, seguida por África con 22,2.
Asustados, los latinoamericanos toman medidas: transforman sus casas en recintos protegidos por alambradas, rejas en las ventanas y alarmas; las adolescentes portan vaporizadores de gases irritantes para repeler posibles atacantes, y los automovilistas portan armas en la guantera del auto: según las encuestas de opinión pública, la violencia es, junto al desempleo, la corrupción, la pobreza y los bajos ingresos, una de las mayores preocupaciones de los ciudadanos en América Latina en este nuevo siglo.
En dónde se encuentran las causas de esta situación que se extiende como una pandemia es la pregunta que se hacen especialistas y legos. En primer lugar, es evidente que tiene múltiples causas: el aumento de la desigualdad es una de ellas (nótese la coincidencia del aumento de la violencia con los años de mayor incidencia de las políticas neoliberales); el crecimiento de los mercados de armas y drogas asociados con la globalización y el crimen organizado es otra, que en países como Colombia y México alcanzan cotas récord de expansión en el tejido social. También las secuelas de los conflictos armados de la década de los ochenta tienen incidencia importante: grandes contingentes de desmovilizados permeados por la cultura de las armas, que no tienen otro horizonte que el desempleo y la marginalidad.
El individualismo al ultranza; el endiosamiento del golpe, del chorro de sangre y del destripe por parte de la gran industria del espectáculo hollywoodense; la frustración ante la impotencia de no poder acceder a los bienes que la publicidad asocia con la añorada felicidad que da el consumo. ¿No son estos, también, causales de la violencia?
La violencia hiere no solo al que recibe el puñetazo, la puñalada, el disparo o el insulto sino, en general, al todo social. Las niñas y los niños rinden menos en la escuela, repiten años, desertan, se refugian en los grupos que les dan solidaridad aunque ésta sea del tipo que ofrecen las maras o los grupos organizados para delinquir. Los que son abusados guardan rencor que sacarán de alguna forma en cualquier momento de la vida. Las mujeres agredidas reducen su autoestima, se apocan como seres humanos y todos perdemos con el potencial que ocultan bajo la armadura con la que se protegen.
La nuestra es una sociedad enferma, rencorosa y desconfiada, y la violencia es solo un síntoma de la descomposición que la aqueja. Vivimos prolongados tiempos de descalabro, la larga fase terminal de un tipo de organización social que se derrumba lentamente pero que, en su caída, agrieta al todo social y su entorno, la naturaleza. Nadie es más agresivo que aquel que trata de asirse a la vida cuando su tiempo llega a su fin.
El problema es que la violencia que genera esta sociedad terminal en la que vivimos puede llevarnos, también, al final de todo. Es decir, al final de la especie humana.
Apocalíptico, pensará más de uno. Puede ser, pero las señales son claras y son muchas, y el tren que lleva al precipicio parece seguir, bufante, a todo vapor, hacia adelante.
Ojalá me equivoque.

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