sábado, 15 de agosto de 2009

Costa Rica: ¿Qué es democracia?

Una nueva concepción de democracia ha emergido de la praxis social en Costa Rica. No es un producto intelectual sino un proceso dinámico de la realidad. Posee verdadero potencial revolucionario. Pero desatar ese potencial requiere satisfacer un paso previo: lograr cuajar como proyecto político articulado y orgánico.
Luis Paulino Vargas Solís * / ARGENPRESS.info
Sin mayor dilación admitamos de entrada que el concepto es polisémico. Depende de quién lo enuncie y en qué momento histórico, así su significado varía. De la antigüedad griega a Locke y Montesquieu, a Lenín y Trotsky o, si usted quiere bajar a lo más fétido del albañal, a Micheletti, Vargas Llosa y Julio Rodríguez [editorialista del diario La Nación].
O sea, mejor nos ahorramos disquisiciones en abstracto. La democracia no es una esencia inmutable; no es una idea platónica que miramos reflejarse en el fondo de la caverna. La democracia es una construcción histórica. Y justo por ello adquiere tan diversos significados; porque dependiendo de los grupos sociales de donde provenga la respuesta, de la ubicación de esos grupos en la estructura social y del momento histórico correspondiente, así tenderá a ser el significado que se le atribuye.
En nuestra realidad histórica cercana –la de la Costa Rica de los últimos 55 a 60 años- hemos visto configurarse al menos tres respuestas. Cronológicamente la primera es la del Partido Liberación en su etapa socialdemócrata (años cincuenta hasta inicios de los ochentas del siglo XX). Sus rasgos básicos:
- el respeto por las formalidades legales e institucionales de la democracia electoral;
- la acción estatal intervencionista, orientada según objetivos desarrollistas y de consolidación de la seguridad social pero aplicada de forma vertical, de arriba abajo;
- en concordancia con lo anterior, el asistencialismo clientelar y la cooptación de las organizaciones ciudadanas, lo que consolidaba el verticalismo en la gestión de los asuntos públicos, la desmovilización del pueblo y el adormecimiento de su conciencia política;
- el deslizamiento progresivo –que se afirma claramente en los setentas- hacia un manejo corrupto de los recursos públicos. Luego, y en la etapa posterior a la crisis de inicios de los ochentas hasta el día de hoy, viene la etapa neoliberal, con su peculiar concepción de democracia:
- primero, como una democracia estrictamente elitista. El manejo de los asuntos públicos sigue siendo verticalista, pero, a diferencia de la concepción socialdemócrata, no interesa ni siquiera un mínimo de igualdad social. La fórmula es clara: que los grupos más ricos y privilegiados lo sean mucho más, ya que eso es lo mejor para el resto. Es, simplemente, la muy chabacana fórmula del goteo;
- se mantiene y profundiza la corrupta estructura clientelar, así como la estrategia orientada a la cooptación de las organizaciones populares, pero se entra en un círculo vicioso de expectativas frustradas: partidos y políticos prometen, pero su propia dogmática neoliberal les impide cumplir las promesas;
- se profundiza y generaliza la corrupción. Esto, en combinación con el juego irresuelto de las expectativas frustradas, conduce a un profundo descrédito de la institucionalidad democrática y a una ascendente apatía.
- Progresivamente se pierde el respeto que en la etapa socialdemócrata se mantenía por las formalidades democrático-electorales. Los últimos 10 años aportan un muestrario de atropellos a la legalidad institucionalizada que lo ratifica contundentemente.
En síntesis: en la etapa socialdemócrata prevaleció una idea de democracia como formalismo legalista y como ejercicio verticalista del poder, si bien existían algunos compromisos sociales respetables. En la etapa neoliberal, la democracia menos que formalismo deviene mascarada: escuda y legitima un ejercicio excluyente del poder dentro de un proceso de creciente polarización social. En ambos casos se concibe la democracia como un ejercicio del poder reservado a las élites, si bien en el segundo caso este rasgo se agudiza.
Las dos concepciones anteriores de democracia han sido las hegemónicas. La una durante los 30 años que concluyen a inicios de los ochenta. La segunda durante el período posterior, hasta hoy día. La diferencia es que en la primera etapa no emergió ninguna concepción alternativa de democracia (la izquierda histórica –verticalista y autoritaria- no aportaba tal alternativa). En la etapa neoliberal reciente –y más claramente durante este primer decenio del nuevo siglo- sí aparece un elemento novedoso: una concepción contrahegemónica de democracia, la cual aporta elementos radicalmente transformadores.
Se trata de una idea de democracia que aún no logra articularse como un proyecto político coherente y orgánico, con verdadera vocación de poder. Durante la fase de lucha contra el TLC se configuró como una unidad dinámica que se construía de forma flexible a partir de la confluencia de lo diverso. Tras el referendo tendió a degradarse y fragmentarse como al modo de un archipiélago de discursos y organizaciones. Persisten, sin embargo, algunas aspiraciones compartidas fundamentales. Esa división tiene explicaciones diversas, a las cuales espero referirme en un artículo posterior.
Desde luego, y en rigor, debemos enfatizar que esta nueva idea de democracia no cae del cielo ni surge por generación espontánea. Bebe de las luchas ciudadanas de nuestro pueblo a lo largo de su historia, en muchas de las cuales la izquierda histórica tuvo un protagonismo indiscutible, lo cual es la parte más positiva de su legado.
Esta concepción de democracia se puso en marcha, con vigor y creatividad inusitados, durante los años de lucha contra el TLC y, en especial, durante la fase del referendo. Durante esa peculiar coyuntura histórica, asumió características que resumo en lo siguiente:
- la organización libre y autónoma;
- el carácter descentralizado de los movimientos sociales y de las organizaciones en que estos se visibilizan;
- su riquísimo pluralismo y diversidad;
- la coordinación laxa y flexible de organizaciones y movimientos;- por lo tanto, su naturaleza como redes de movimientos y organizaciones;
- la gestación dinámica y cambiante de liderazgos;
- procesos muy participativos para la toma de decisiones;
- la vocación de estudio, reflexión y debate, sobre bases pluralistas, participativas y respetuosas;
-la educación popular recurriendo a medios alternativos y el trabajo a pie, en barrios, comunidades y colectivos de todo tipo;
-la integración de lo local, lo sectorial y lo nacional; de lo particular y lo general. Se buscan transformaciones en todos los ámbitos y niveles: barrios, distritos y caseríos; ciudades, regiones y provincias; sectores específicos; a nivel nacional y también más allá de nuestras fronteras, en redes de solidaridad y acompañamiento más amplias;
- por lo tanto, no deja espacios vacíos: tendencialmente intenta saturar todos los intersticios y tejidos del poder.
Esta concepción de democracia ha emergido de la praxis social. No es un producto intelectual sino un proceso dinámico de la realidad. Posee verdadero potencial revolucionario. Pero desatar ese potencial requiere satisfacer un paso previo: lograr cuajar como proyecto político articulado y orgánico. He ahí una condición necesaria, muy compleja y evidentemente no resuelta.
* Luis Paulino Vargas es Doctor en Economía y catedrático de la Universidad Estatal a Distancia (UNED).

1 comentario:

Jeanpaul dijo...

Ah, muy buen articulo, ya lo conocia, Luis paulino, lo circulo por la cadena del Frente Amplio.

Quiza a ustedes (como colectivo) les interese o valoren util, suscribirse a la cadena del FA, para efectos de que esta revista electronica, tenga mas lectores/as, siempre gente comprometida en algun nivel, con "otra america posible"

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