sábado, 27 de junio de 2009

Pensar, para servir

El arte del gobierno no es el de la manipulación de la necesidad y las ambiciones ajenas. Es el de la construcción de una sociedad capaz de conocerse y ejercerse. Y para esto hay que empezar por saber lo que hemos venido a ser, si aspiramos a entender lo que podemos llegar a ser.

Guillermo Castro H.* / Especial para CON NUESTRA AMÉRICA
Desde Panamá

Para Nils, mi hermano, cuya condecoración con la Orden de Omar Torrijos Herrera renueva la razón de José Martí al afirmar que honrar, honra.
Proliferan los llamados al diálogo y la reflexión nueva en estos momentos en que ocurren en Panamá cambios políticos que, sin duda, anuncian el fin de toda una época de nuestra historia contemporánea. En momentos así, sin duda es más fácil morir con honra que pensar con orden, como lo advirtiera José Martí a fines del siglo XIX. Pensar con orden, sin duda, es más difícil, en cuanto implica trascender las apariencias inmediatas de la realidad, para llegar a ser capaces de comprenderla en sus posibilidades de transformación.
Fue en esa perspectiva, así, que Martí nos advirtió también que ser bueno “es el único modo de ser dichoso. Ser culto es el único modo de ser libre. Pero, en lo común de la naturaleza humana, se necesita ser próspero para ser bueno. Y el único camino abierto a la prosperidad constante y fácil es el de conocer, cultivar y aprovechar los elementos inagotables e infatigables de la naturaleza.”[1]
Martí dijo esto en 1884, cuando se encontraba en un período de búsqueda de sí mismo, y de sus propias razones, al que había ingresado tras romper con la mentalidad y los métodos de hacer política característicos de los caudillos de la Guerra de Independencia de 1868 – 1878. Era muy joven entonces – recordemos que murió a los 42 años de edad, 11 después de esa ruptura -, pero los problemas que se planteaba eran en esencia muy cercanos a los que enfrentamos los latinoamericanos de nuestro tiempo. Porque en verdad, si lo pensamos un instante, podríamos suscribir hoy el texto en que Martí expresó entonces sus razones, dirigido al General Máximo Gómez, máximo líder entonces del independentismo cubano:
"Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento; y cuando en los trabajos preparativos de una revolución más delicada y compleja que otra alguna, no se muestra el deseo sincero de conocer y conciliar todas las labores, voluntades y elementos que han de hacer posible la lucha armada, mera forma del espíritu de independencia, sino la intención, bruscamente expresada a cada paso, o mal disimulada, de hacer servir todos los recursos de fe y de guerra que levante el espíritu a los propósitos cautelosos y personales de los jefes justamente afamados que se presentan a capitanear la guerra, ¿qué garantías puede haber de que las libertades públicas, único objeto digno de lanzar un país a la lucha, sean mejor respetadas mañana? ¿Qué somos, General?, ¿los servidores heroicos y modestos de una idea que nos calienta el corazón, los amigos leales de un pueblo en desventura, o los caudillos valientes y afortunados que con el látigo en la mano y la espuela en el tacón se disponen a llevar la guerra a un pueblo, para enseñorearse después de él? ¿La fama que ganaron Uds. en una empresa, la fama de valor, lealtad y prudencia, van a perderla en otra?"[2]
Martí había emprendido desde mucho antes el camino que lo llevó a romper con Gómez, por supuesto. Así como en Panamá la generación de Omar Torrijos se forjó a lo largo de los veinte años que van de la creación del Frente Patriótico de la Juventud en 1947, al repudio de los Tratados Robles – Johnson en 1968 – o, si se quiere, de la frustración de las revoluciones guatemalteca y boliviana de la década de 1950, al triunfo de la cubana en la de 1960 -, la de Martí lo hizo a lo largo del proceso de transformación de la Reforma Liberal democrática en el Estado Liberal Oligárquico en América Latina, entre las décadas de 1860 y 1880.
La forja de esa generación se expresa desde temprano en una tenaz voluntad de trascender los límites ideológicos y políticos de sus propios adultos predecesores, para culminar el proceso de reforma cultural y moral que ellos habían iniciado, pero no estaban en condiciones de culminar. Y en esa forja, las tareas relacionadas al desarrollo de un pensamiento nuevo, en que lo nacional trasciende sus formas provinciales espontáneas para hacerse expresión particular de fenómenos de alcance universal, ocupan desde temprano un sitio de especial importancia.
Así, ya en 1883 la premisa cultural y moral de su decisión política de ruptura con el pasado inmediato aflora ya en la observación siguiente:
"Todo nuestro anhelo está en poner alma a alma y mano a mano los pueblos de nuestra América Latina. Vemos colosales peligros; vemos manera fácil y brillante de evitarlos; adivinamos, en la nueva acomodación de las fuerzas nacionales del mundo, siempre en movimiento, y ahora aceleradas, el agrupamiento necesario y majestuoso de todos los miembros de la familia nacional americana. Pensar es prever. Es necesario ir acercando lo que ha de acabar por estar junto. Si no, crecerán odios; se estará sin defensa apropiada para los colosales peligros, y se vivirá en perpetua e infame batalla entre hermanos por apetito de tierras".[3]
La forma misma de la expresión resalta la urgencia del problema. Lo esencial está formulado en una oración construida con tres formas verbales, sin adjetivos ni sustantivos, como un claro llamado a la acción de reforma o, si se quiere, a crear las condiciones indispensables para el éxito de esa acción.
Para el tiempo de nosotros, además, resulta significativo el modo en que esa actitud encaja con el pensamiento de Antonio Gramsci – a su modo, el Martí de los italianos y quizás del marxismo contemporáneo – quien se refería al mismo problema cincuenta años después en los siguientes términos:
"Es cierto que prever significa solamente ver bien el presente y el pasado en cuanto movimiento; ver bien, es decir, identificar con exactitud los elementos fundamentales y permanentes del proceso. Pero es absurdo pensar en una previsión puramente “objetiva”. Quienes prevén tienen en realidad un “programa” para hacer triunfar y la previsión es justamente un elemento de ese triunfo. Esto no significa que la previsión deba siempre ser arbitraria y gratuita o puramente tendenciosa. Se puede decir mejor que sólo en la medida en que le aspecto objetivo de la previsión está vinculado a un programa adquiere objetividad: 1) porque sólo la pasión agudiza el intelecto y contribuye a tornar más clara la intuición; 2) porque siendo la realidad el resultado de una aplicación de la voluntad humana a la sociedad de las cosas (del maquinista a la máquina), prescindir de todo elemento voluntario o calcular solamente la intervención de las voluntades ajenas como elemento objetivo del juego general mutila la realidad misma. Solo quien desea fuertemente identifica los elementos necesarios para la realización de su voluntad".[4]
El deseo, sin embargo, debe corresponderse con las necesidades y las posibilidades ya presentes en la realidad que se busca transformar. Por lo mismo, hay que empezar por conocerla, y por darla a conocer. Se trata, en efecto, de llegar a ser cultos – nosotros, nuestra gente -, para poder aspirar a ser libres, empezando por protegernos a nosotros mismos – nosotros, nuestra gente – del riesgo cierto de que en pueblos como el nuestro, “compuestos de elementos cultos e incultos, los incultos gobernarán, por su hábito de agredir y resolver las dudas con su mano, allí donde los cultos no aprendan el arte del gobierno.”[5]
El arte del gobierno no es el de la manipulación de la necesidad y las ambiciones ajenas. Es el de la construcción de una sociedad capaz de conocerse y ejercerse. Y para esto hay que empezar por saber lo que hemos venido a ser, si aspiramos a entender lo que podemos llegar a ser. La generalización de la incultura, el deterioro de la educación, el enclaustramiento de la Universidad, la burocratización mezquina de la actividad cultural del Estado, son todas expresiones de una misma política de hecho, encaminada a preservar un modo de evolucionar de la sociedad – de nosotros, de nuestra gente - , que finalmente nos ha traído a donde estamos hoy.
Así hemos llegado, en efecto, a una situación en la que “salen los jóvenes al mundo, con antiparras yanquis o francesas, y aspiran a dirigir un pueblo que no conocen”. Lo que haría falta es precisamente lo contrario: conocer y dar a conocer los problemas del país en toda su complejidad y en toda su riqueza, precisamente porque conocerlos “basta, sin vendas ni ambages; porque el que pone de lado, por voluntad u olvido, una parte de la verdad, cae a la larga por la verdad que le faltó, que crece en la negligencia, y derriba lo que se levanta sin ella.” ¿O no es esto, justamente, lo que nos ha traído a donde estamos?
Ocho años después de su ruptura con los caudillos de su origen, estaba ya Martí en plena creación de las condiciones necesarias para reencontrarse con ellos, y con su pueblo entero. Había elaborado en ese lapso un pensamiento propio y una moral nueva, esto es, una cultura capaz de expresarse en la acción política. Y en el centro más vital de ese proceso estaba la más sencilla de las constataciones, y la más valiosa para nuestra propia circunstancia: “Conocer es resolver. Conocer el país, y gobernarlo conforme al conocimiento, es el único modo de librarlo de tiranías. […] Los políticos nacionales han de reemplazar a los políticos exóticos. Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas.”[6]
En las condiciones de Panamá, este camino pasa necesariamente por la necesidad de crear nuevas comunidades de pensamiento, dotadas de órganos de expresión propios para atender las necesidades mayores del país, y de los medios de agitación que pudieran ser necesarios para satisfacer las pasiones menores. La revista Tareas, tal como la concibieron y ejercieron Ricaurte Soler y José de Jesús Martínez entre 1960 y 1970 cumplió entonces la labor de sintetizar y dar expresión al pensamiento nuevo que se venía acumulando desde fines de la década de 1940, y produjo fracturas irreparables en la capacidad de la vieja cultura oligárquica para imponer sus temas y sus valores a la comunidad intelectual de aquel país.
No hay manera de evadir esta experiencia, ni camino fácil para replicarla en las condiciones de nuestro tiempo. Más, aun: como dirían nuestros mayores, si fuera fácil ya estaría hecho. Como no lo es, nos tocó a nosotros. Que lleguemos a hacerlo, o no, es lo que de verdad está por verse.
Panamá, 22 de junio de 2009

* El autor es ensayista, profesor e investigador panameño.

NOTAS:
[1] Martí, José: Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VIII, 289: “Maestros ambulantes”. La América, Nueva York, mayo de 1884.
[2] Martí, José: Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. I, 177 – 178: “Al General Máximo Gómez”. New York, 20 de octubre de 1884.
[3] Martí, José: Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VII, 325: “Agrupamiento de pueblos”. La América, Nueva York, octubre de 1883. Cursivas: GCH.
[4] Gramsci, Antonio, 2003: Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado Moderno. Nueva Visión, Buenos Aires. Traducción de José Aricó. “El príncipe moderno”, p. 48 - 49. Cursivas: GCH.
[5] Martí, José: Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VI, 18: “Nuestra América”. El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891.
[6] Martí, José: Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VI, 18: “Nuestra América”. El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891. Cursivas: GCH.

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